Deuda Ecológica, Revista El Ecologista nº 42, Daniela Russi, Observatorio de la Deuda en la Globalización

La otra cara de una economía globalizada: el Norte en deuda con el Sur

La Deuda Ecológica es la deuda acumulada por los países del Norte hacia los países del Sur por dos razones. En primer lugar, por las exportaciones de productos primarios a precios muy bajos, es decir, sin incluir los daños ambientales producidos en el lugar de la extracción y del procesamiento, ni la contaminación a escala global. En segundo lugar, por la ocupación gratuita o muy barata de espacio ambiental –la atmósfera, el agua, la tierra– al depositar los residuos producidos por el Norte.

La Deuda Ecológica se ha originado durante el colonialismo y sigue generándose cada día. El concepto de Deuda Ecológica se basa en la idea de justicia ambiental: si todos los habitantes del planeta tienen derecho a la misma cantidad de recursos y a la misma porción de espacio ambiental, los que usan más recursos o ocupan más espacio tienen una deuda hacia los otros.

Deuda del Carbono

Los científicos están de acuerdo sobre el hecho de que la acumulación de gases generados por el uso de combustibles fósiles provoca un sobrecalentamiento del planeta, con consecuencias potencialmente desastrosas, como la subida del nivel del mar, el fundido de los glaciales, el aumento de las áreas desérticas, la disminución de los rendimientos agrícolas, la pérdida de especies animales y vegetales y el incremento de fenómenos meteorológicos violentos.

Estos efectos nocivos recaen sobre todos los habitantes del planeta. Pero los países del Sur son los más afectados: primero, porque las zonas más sujetas a los huracanes, a las inundaciones y a la desertificación se encuentran en los países del Sur; segundo, porque los países empobrecidos disponen de menos recursos para defenderse de ellos; tercero, porque tienen una economía que se basa en mayor medida en el sector primario, que será el más perjudicado.

Por otro lado, las causas del efecto invernadero se encuentran principalmente en el gran consumo de combustibles fósiles por parte de los países ricos. Por consecuencia, los países del Norte, cuyo desarrollo económico y bienestar se basa en un uso muy intensivo de las fuentes energéticas responsables de la emisión de gases invernadero, son deudores hacia los países del Sur. Esa parte de la Deuda Ecológica se llama Deuda del Carbono.

El cálculo de la Deuda Ecológica está sujeto a grandes aproximaciones. En primer lugar, porque no hay acuerdo entre científicos sobre la cantidad de gases invernadero antropogénicos que puede ser considerada aceptable, por la complejidad de los fenómenos atmosféricos. No se sabe cuánto aumentará la temperatura terrestre como consecuencia del aumento de la concentración de gases de efecto invernadero. En segundo lugar, el aumento de la temperatura sobre la tierra tendrá consecuencias muy imprevisibles porque las interrelaciones entre los diversos componentes de los ecosistemas pueden amplificar los efectos. Por último, como todavía no existe un mercado del carbono, se tiene que usar un precio ficticio para estimar el valor monetario de la Deuda del Carbono, lo que puede ser cuestionable.

De todas formas, se han hecho varios intentos de calcular la Deuda del Carbono, lo que es útil para tener una idea, aunque aproximativa, de su tamaño y para poderla confrontar con otras variables como la deuda externa. Por ejemplo, John Dillon (1), el coordinador de la Coalición Ecuménica para la Justicia Económica (ECEJ), parte de las recomendaciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, que afirma que las emisiones de gases invernadero tendrían que ser reducidas en un 60% con respecto al nivel de 1990. Esto quiere decir que las emisiones no tendrían que superar los 2,8 billones de toneladas anuales de CO2 (0,4 toneladas per capita) y los países industrializados, que representan el 20% de la población mundial, tendrían derecho de emitir 0,56 billones de toneladas. Como ahora emiten 3,5 billones, su Deuda de Carbono es la diferencia entre esos dos números, es decir 2,94 billones de toneladas.

El valor de la Deuda del Carbono se obtiene multiplicando este número por el precio de una tonelada de CO2. Como todavía no existe mercado –y, además, el precio de la tonelada de CO2 en los mercados que se organizarán para intentar respetar el Acuerdo de Kioto dependerá de la demanda, que depende de la reducción requerida– es necesario estimar el precio. La ECEJ usa tres precios: 10 $ per tonelada –un precio sugerido por algunos medios durante las negociaciones por el Acuerdo de Kioto–, 12,5 $ –cantidad que el Gobierno inglés supuestamente pedirá para la cantidad de emisiones que ha reducido además del objetivo que se había fijado del 8%–, y 20 $ –el precio que fija el Gobierno de Costa Rica en un proyecto piloto de venta de bonos de absorción obtenidos mediante la plantación de árboles–. Usando esos precios, la Deuda del Carbono de los países del G7 es, respectivamente, de 15,5, 19,3 o 30,9 billones de dólares. Para tener una idea de la magnitud de estas cifras, baste decir que la deuda externa de los países empobrecidos en 2001 sumaba 2,3 billones de dólares (2). De la comparación parece evidente que atendiendo sólo a la Deuda del Carbono los países del Sur han pagado, con creces, la deuda externa.

Finalmente, se puede observar que la lógica del concepto de Deuda Ecológica es diferente de la que inspira Kioto. De hecho, el Protocolo de Kioto atribuye las cuotas de reducción de las emisiones partiendo del nivel de emisiones de 1990: quién más contaminaba en 1990 tendrá más derecho a contaminar en el futuro. Al contrario, la idea de Deuda Ecológica implica que todos los habitantes del planeta tengan derecho a la misma cantidad de emisiones, independientemente de dónde hayan nacido, así que quien contamina más de la cuota que le compete, es deudor hacia la humanidad.

Biopiratería

Otra parte de la Deuda Ecológica deriva de la apropiación intelectual y de la utilización del conocimiento ancestral relacionado con las semillas, el uso de plantas medicinales y otros conocimientos sobre los cuales se basan la biotecnología y la industria agrícola moderna. Se trata de la llamada biopiratería.

Las características de las distintas especies de plantas y animales domésticos son el producto de una historia milenaria de interacción entre ellas, con el entorno físico y con los humanos. Las comunidades han seleccionados durante miles de años especies para usarlas como alimento y medicinas, y mediante esa interacción han modificado las características de las especies naturales, creando variedades diferentes con propiedades que sólo algunos grupos humanos conocen. Este conocimiento es precioso para las empresas farmacéuticas, biotecnológicas y agrícolas, que los utilizan para obtener pingües ingresos, aunque en la mayoría de los casos no pagan o pagan muy poco a las poblaciones locales, los verdaderos propietarios de esos conocimientos.

Un ejemplo de biopiratería se ha producido sobre el Neem –denunciado por la ecóloga india Vandana Shiva–. Este árbol se usa desde hace miles de años en India para obtener productos agroalimentarios, farmacéuticos y cosméticos. Pero los productos del Neem y el conocimiento sobre sus muchas propiedades han sido patentados por algunos investigadores y multinacionales del Norte, que obtienen de ellos muchos ingresos, que no repercuten sobre las poblaciones indias.

Tráfico de residuos

El sistema industrial produce una gran cantidad de residuos, con diferentes grados de toxicidad. Tratar esos residuos es un proceso muy caro, cuyo precio depende de las normativas ambientales del país donde se lleve a cabo. Por esa razón, las empresas del Norte encuentran rentable exportar sus residuos tóxicos hacia países donde la legislación ambiental es menos severa: gracias a la menor exigencia de medidas de seguridad, deshacerse de los residuos les resulta más económico.

Un ejemplo es el transporte de residuos eléctricos y electrónicos. En los últimos años, alrededor del 80% de los aparatos eléctricos y electrónicos recogidos en EE UU para ser reciclados han sido exportados hacia China, India y Pakistán, donde se tratan en condiciones muy peligrosas para la salud humana: incineración al aire libre, creación de piscinas de ácidos, vertido incontrolados en áreas rurales… Según un estudio de la Agencia de Protección Ambiental estadounidense es diez veces más económico enviar un monitor a Asia para que se recicle allí que reciclarlo en EE UU.

El pasivo ambiental

El término pasivo ambiental deriva del lenguaje económico. En la contabilidad de una empresa el pasivo es el conjunto de deudas y gravámenes que reducen el activo. Usado en términos ambientales, el vocablo se refiere al conjunto de daños ambientales no compensados que las empresas transfieren a la colectividad debido a incidentes o durante su actividad cotidiana.

Cuando una empresa causa un daño a la colectividad, la responsabilidad moral está clara, pero su responsabilidad jurídica depende del sistema legislativo. A menudo el permisivo contexto legal de los países del Sur favorece que las empresas no consideren como costes –o los consideren muy bajos– los daños ambientales que producen, así que no están muy incentivadas a reducirlos. Por eso es necesario crear una legislación internacional sobre responsabilidad ambiental. De hecho la responsabilización constituye un fuerte incentivo a la reducción de los daños ambientales, pues origina una internalización parcial en la contabilidad de las empresas de los costes y de los riesgos ambientales que originan, con la consecuencia que los recursos ambientales no son considerados bienes libres y gratuitos, sino que tienen un coste.

¿Cuantificar la Deuda Ecológica?

No se puede dar un valor monetario a la Deuda Ecológica en su conjunto. De hecho, hay dificultades debidas al gran número de daños ambientales producidos desde la época del colonialismo hasta hoy en día, lo que hace que sea imposible cuantificarlos y evaluarlos todos.

Del mismo modo, la complejidad de las relaciones entre ecosistemas y sociedad humana hace que sea difícil determinar con exactitud las consecuencias de un daño ambiental. Las interacciones entre los elementos de dos sistemas pueden amplificar mucho una perturbación en el equilibrio inicial y conducir a cambios irreversibles e imprevisibles. La contaminación se transmite y se acumula a lo largo de la cadena trófica, y los factores que aumentan el riesgo son muchos, a veces interactúan entre ellos y muchas veces tienes efectos a largo plazo. Por eso es muy difícil aislar el efecto de cada elemento contaminante y establecer una relación lineal de causa-efecto.

Por último, la evaluación monetaria puede dar cuenta sólo de una parte de las pérdidas asociadas con la Deuda Ecológica, pero ignora muchos otros aspectos de estas pérdidas. Por ejemplo, los economistas usan varios métodos para estimar el valor económico de una vida humana, usando por ejemplo el coste-oportunidad del trabajo perdido o el precio de los seguros de vida. Estas valoraciones reflejan sólo una parte de las pérdidas asociadas a una muerte, mientras que muchos otros aspectos no pueden ser expresados en términos monetarios. Además, estas estimaciones son discutibles porque dependen de la renta –la muerte de un profesional es más cara de la de un empleado–.

Por todas estas razones, no es posible compensar sino una parte mínima de la Deuda Ecológica. En muchos casos las poblaciones perjudicadas por una empresa rechazan discutir sobre la suma de dinero que se les ofrecería. Sin embargo, en el ámbito empresarial e institucional resulta más eficaz hablar un lenguaje cuantitativo y monetario. Por ejemplo, confrontar partes de la Deuda Ecológica, expresadas en valores monetarios, con la deuda externa puede ser útil para demostrar que ha sido ampliamente pagada, y que es el Norte el que debe al Sur, y no al revés. Además, la evaluación monetaria de los daños ambientales es útil en un contexto judicial: la compensación económica del daño puede ser la única manera de que las víctimas, al menos, reciban algo y el culpable sea castigado, además de constituir un fuerte acicate para que las empresas tomen precauciones para reducir el riesgo de accidentes.

La cuantificación monetaria no es la única manera de evaluar la Deuda Ecológica: se pueden usar métodos de cuantificación física. Algunos de los posibles indicadores son los que se obtienen del análisis de flujos de materiales (3), una metodología que consiste en sumar todas las toneladas de materia que entran y salen de un sistema económico. El flujo de materiales no es un indicador directo de contaminación (un gramo de mercurio contamina más de una tonelada de hierro) pero puede dar una idea de la dimensión física de una economía. Usando esta metodología, observamos que mientras desde un punto de vista monetario las importaciones europeas son aproximadamente iguales a las exportaciones, en términos de peso Europa importa aproximadamente cuatro veces más de lo que exporta (4).

Esto quiere decir que las exportaciones europeas son mucho más caras que las importaciones, es decir, que el ingreso obtenido de la venta de una tonelada de bienes exportados puede ser utilizado para comprar cuatro toneladas de bienes importados. Por eso los países del Sur, a causa de la pobreza y la deuda exterior, se ven incentivados a vender una cantidad creciente de bienes primarios, como combustibles fósiles, metales, minerales, etc., que producen mucha contaminación y poca riqueza en el lugar de extracción y de procesamiento, mientras que los países del Norte se especializan en productos elaborados, más caros y menos contaminantes.

Recapitulando, la Deuda Ecológica es un instrumento conceptual sintético y eficaz para hablar de la injusticia en las relaciones Norte-Sur e intentar obtener: el reconocimiento del desequilibrio en el uso de los recursos naturales y en la contaminación producida; la prevención, es decir, una serie de políticas ambientales y económicas que impidan la producción de nueva deuda; la reparación –monetaria y política– y la compensación, en la medida del posible, de la deuda ya creada; y la abolición de la deuda externa.

Notas y referencias

1 Banco Mundial, Global Development Finance 2003.

3 Eurostat, 2001, Economy-wide material flow accounts and derived indicators- a methodological guide. Luxembourg: Office for Official Publications of the European Communities.

4 Giljum S. and Hubacek K., ‘International trade and material flows: a physical trade balance for the EU', incluido en la tesis doct. de Giljum S., 2004, Biophysical dimensions of North-South trade: material flows and land use, Universidad de Viena.