A pesar de los dramáticos efectos del accidente nuclear más importante de la historia, ahora reevaluados por la ONU y que arrojan saldos tan aterradores como el de 165.000 muertos, se mantienen trece reactores con una tecnología similar a la del que originó el escape radiactivo, a la vez que hay fuertes presiones para construir otros nuevos.

Es difícil hablar de Chernobil sin caer en el catastrofismo. No se puede ignorar los efectos del accidente y que aún continúan en funcionamiento 14 reactores como el que dio lugar al accidente. Tampoco se puede ignorar que el abandono de este fatídico experimento tecnológico que es la energía nuclear no acaba de verse claro. Podemos sonreír al pensar que la conciencia ecológica ha aumentado y que la energía nuclear tiene mala fama entre la opinión pública de muchos países del mundo. Pero aún tenemos que seguir trabajando para vencer a la poderosa industria nuclear y para torcer los designios de quienes aminoran la democracia y pasan por encima de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas.

Coincidiendo con el 14º aniversario del accidente de Chernobil, la ONU ha publicado un informe donde se recapitula sobre sus consecuencias. Los efectos cobran una dimensión devastadora. El número de personas afectadas por el accidente se cifra en unos 7 millones en las repúblicas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Se calcula que la extensión de tierra contaminada asciende a unos 155.000 Km2, aproximadamente el equivalente a la tercera parte del territorio español, en las repúblicas de Bielorrusia, Ucrania y Rusia y 250.00 personas fueron evacuadas de las zonas donde la radiactividad alcanza niveles altísimos. Aún así, un elevado número de personas, que alcanzaría 1,8 millones, vive en zonas todavía contaminadas. Y hay también unos cientos de personas que han decidido volver a la zona de 30 Km de exclusión en torno a la central. La revista Sigma, editada por la compañía suiza de reaseguros SWISS RE, una de las más grandes del mundo, publicó en su número de febrero del 2000 que el número de víctimas mortales asciende ya a 165.000, lo que, de ser cierto, convertiría al accidente en la tercera peor catástrofe ocurrida desde 1970 y en el peor incidente causado por los seres humanos.

El 70% del material radiactivo se depositó sobre Bielorrusia, que ha sido la peor parada, puesto que el viento empujó la nube radiactiva hacia dicha república. Los estudios epidemiológicos y las revistas científicas muestran que sólo el 20% de la población puede considerarse sana en Bielorrusia. A las enfermedades directamente ocasionadas por la radiactividad hay que añadir los efectos ocasionados por la escasez de alimentos frescos como verduras, leche o huevos, puesto que las zonas cultivables están contaminadas. También se destaca en estos estudios el hecho de que las defensas y el sistema inmunológico de las personas están dañados en muchos casos por las dosis radiactivas recibidas, lo cual hace que sean mucho más propensas a sufrir enfermedades. Una gran parte del territorio bielorruso está contaminado con Plutonio, lo cual significa que es necesario proceder a descontaminar esos suelos, porque dicho elemento radiactivo será tóxico durante decenas de miles de años.

El número de leucemias detectado es bajo, afortunada y sorprendentemente, en comparación con los índices que cabría esperar teniendo en cuenta los efectos de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo el número de cánceres de tiroides en niños menores de 14 años se ha disparado hasta niveles mucho más altos de lo esperado. En la actualidad se contabilizan ya unos 11.000 casos, casi el doble de los que se esperaba contabilizar en el año 2006, año en que se espera que la incidencia será máxima. Pero todavía queda una terrible secuela que mostrará su dureza en el futuro: las deformaciones congénitas de los niños que nazcan en generaciones futuras. Según un estudio realizado por el Instituto de Medicina de la Radiación de Mogilev de Bielorrusia, el número de mutaciones en el material genético de una población con dosis radiactivas medias y bajas es el doble que el de la población no irradiada. Este hecho arroja un panorama ensombrecedor sobre los niños que puedan nacer en el futuro y obligará a las mujeres ucranias a someterse a continuas pruebas para detectar posibles malformaciones.

Se cierra el reactor nº 3

El rector nº 4 de la central, que contaba con 4 reactores de unos 1000 MW de potencia cada uno, explotó el día 26 de abril lanzando una ingente cantidad de radiactividad al medio ambiente (equivalente a 100 veces la liberada por las bombas de Hiroshima y Nagasaki). Y, aunque parezca sorprendente después de lo dicho, aún continua en funcionamiento el reactor nº 3.

El reactor nº 3 del complejo nuclear de Chernobil está más tiempo parado para reparar averías que en funcionamiento. El ejemplo más reciente han sido las fuertes lluvias de primeros de julio que han conseguido paralizarlo. El día 6 de julio se inundan los edificios auxiliares, incluido el del generador diesel de emergencia. El peligro de cortocircuito es evidente y el hecho de no contar con el generador diesel de emergencia, que debería actuar para alimentar a los sistemas de emergencia de la central en caso de accidente, obligan a una nueva parada no prevista del reactor. Se calcula (en el momento de escribir este texto) que esta parada durará al menos 20 días. Antes de las inundaciones, el reactor tenía permiso para 200 días de funcionamiento. Lo justo para cumplir las promesas de cierre del gobierno ucranio, de las que se hablará más adelante.

Es impensable que un reactor occidental continuara funcionando en estas condiciones, sobre todo por su dudosa rentabilidad económica. El gobierno ucranio ha mantenido en funcionamiento el reactor como medida de presión sobre Occidente. La seguridad de las personas y el medio es hoy un rehén a cambio del que el Ucrania espera conseguir financiación para, en primer lugar, lanzar sus nuevos proyectos nucleares y, en segundo, cerrar el reactor nº 3 con seguridad y reforzar el sarcófago del reactor accidentado. El retraso en el cierre se ha producido a pesar de la decisión del parlamento ucranio de cerrar Chernobil en los primeros meses del 2000 y de sucesivos compromisos del gobierno ucranio para proceder a su parada definitiva.

Los costes del cierre

Se ha prometido la parada para el 15 de diciembre de 2000. ¿Es éste el compromiso definitivo? Dependerá de que los organismos occidentales y la propia ONU hagan efectivas sus promesas de financiación que, hasta la fecha, han sido incumplidas sistemáticamente. Tanto la ONU como los órganos financieros internacionales o los diferentes gobiernos, han incumplido sus promesas invirtiendo menos de lo convenido en paliar los daños producidos por el accidente. El caso de Chernobil no ha sido precisamente un ejemplo de la solidaridad entre estados. Más parece que las desgracias de un estado que aspiraba a ser una potencia en la zona, hayan servido para acabar con tal aspiración, sin que las potencias occidentales hayan tenido especial interés en remediar este hecho.

Merece la pena citar la excepción de Cuba, que ha atendido a más de 15.000 niños y 3.000 adultos, afectados en diferente medida por el accidente, procedentes de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Todavía en la actualidad, el campamento cubano de Tarará acoge a más de 200 niños.

La parada del reactor no será, ni mucho menos, el fin de la pesadilla. Será, sin duda, un serio avance para la seguridad, pero todavía pasarán años hasta que se pueda considerar totalmente seguro. Se estima que la planta necesitará unos 65 millones de dólares el próximo año para proceder al desmantelamiento y mantener la seguridad del reactor. Los cálculos oficiales arrojan una cifra total de unos 2.000 millones de dólares para proceder al desmantelamiento definitivo de la central y que el tiempo necesario para decomisionar la planta superará los 50 años. Serán necesarios depósitos de residuos radiactivos de media, alta y baja actividad y la construcción de contenedores específicos para residuos líquidos.

Además, se hace imprescindible la construcción de un nuevo sarcófago sobre el reactor número 4, que está valorado en unos 770 millones de dólares. De éstos, ya han sido garantizados 393 millones por el G-7, lo cual permitirá empezar las obras del nuevo sarcófago de hormigón armado con acero, que deberían finalizar en torno al año 2005. El gobierno ucranio ha insistido una y otra vez en que todo esto será sólo posible con las aportaciones de los países occidentales.

Trece reactores

Aunque la situación de Chernobil es especialmente peligrosa, existen en los países del este otros trece reactores de diseño idéntico al de Chernobil. Es decir, son reactores del tipo BRMK, de agua en ebullición, sin contención, moderados por grafito y refrigerados por agua ligera. Esta combinación de factores, unida al diseño de sus sistemas de barras de control, los hace especialmente inseguros: son muy inestables a baja potencia y las vainas de combustible tienen holgura dentro de las camisas del moderador de grafito, lo cual hace que se fisuren y permitan el escape de los materiales radiactivos al refrigerante. Los propios técnicos de la OIEA (Organización Internacional para la Energía Atómica, dependiente de la ONU), organismo poco sospechoso de antinuclear y que no se caracteriza por sus exigencias de seguridad, han declarado este tipo de reactores como de un diseño intrínsecamente inseguro, que sólo tiene una posible solución: su cierre.

Cabe preguntarse porqué se habla y negocia tanto sobre Chernobil y bien poco se dice sobre estos 13 reactores que están en las repúblicas de Lituania, en las ciudades de Ignalita, y en Rusia, en Smolensk y en Sosnovi Bor, cerca de San Petersburgo. Los intereses económicos que imperan a un lado y otro del antiguo muro de Berlín pueden más que las más elementales consideraciones sobre la seguridad.

El proyecto K2/R4

Energoatom, la empresa ucraniana encargada del suministro de electricidad, ha presionado durante todos estos años para conseguir fondos para abrir dos reactores nucleares en las ciudades de Rivne y Khmelnitsky, al oeste de Ucrania. Se trataría de los reactores Rivne-4 y Khmelnitsky-2 del modelo ruso VVER-100, considerados por la OIEA tan peligrosos como los BRMK, y cuya construcción se interrumpió con la caída del gobierno comunista. El coste de su finalización se estima en unos 1.720 millones de dólares.

Los patrocinadores del proyecto han estado luchando para conseguir financiación y, en particular, solicitaron al Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (el BERD, filial del Banco Mundial) un préstamo de 190 millones de dólares. Este préstamo tendría la virtud de inspirar confianza a otros inversores y permitiría conseguir financiación adicional de Euratom, de Rusia y de las agencias de crédito para la exportación de Europa, Japón y EE UU, con lo que se desbloquearía el proyecto y se podrían finalizar los dos reactores.

El BERD ha encargado varios estudios que han dado razones suficientes para no conceder el crédito, puesto que no se cumplen las condiciones que el propio banco impone: la seguridad ha de ser máxima, el proyecto debe resultar viable económicamente y ha de ser la opción menos costosa para solucionar el problema del suministro de energía a Ucrania. Además, los operadores locales han de ser capaces de hacerse cargo de las plantas y de su mantenimiento durante todo el periodo de su vida útil. Sin embargo existen numerosas presiones para que los proyectos se lleven a cabo, procedentes del G-7 y de la industria nuclear. El propio Bill Clinton se ha mostrado favorable a su finalización.

Aunque, afortunadamente, hay también señales que muestran una fuerte oposición. Los grupos ecologistas occidentales y de los países del este nos hemos movido insistentemente presionando en todos los ámbitos del poder y de la opinión pública. El resultado es que los gobiernos italiano, alemán, austríaco y sueco se han opuesto a la construcción de K2/R4 y el Parlamento Europeo ha aprobado una resolución en contra. Un grupo de parlamentarios de los EE UU se ha sumado a la iniciativa y, en junio de 2000, ha escrito una carta pidiendo que no se finalice el proyecto. En Japón se ha publicado un estudio realizado por una consultora oficial que demuestra que Ucrania no necesita finalizar dichos reactores, puesto que es, en la actualidad, excedentaria de potencia eléctrica –excedente que, por cierto, se permite vender a Europa Occidental–. Y, finalmente, la propia opinión pública ucraniana está en contra de poner en marcha los reactores: sólo el 14 % de la población apoya la apertura de estos reactores, según muestran las encuestas realizadas en abril de este año.

Como se ve el tema está todavía candente y de plena actualidad. Los grupos ecologistas occidentales podemos hacer presión sobre nuestros gobiernos, nuestros comisarios de la Unión Europea y sobre nuestro comisario en el BERD para intentar que estos dos reactores nunca entren en funcionamiento. Los proyectos podrían no llegar terminarse nunca si seguimos trabajando.

Francisco Castejón, Comisión de Energía de Ecologistas en Acción. El Ecologista nº 22

Viento del este, viento del oeste: la propuesta alemana

Recientemente se ha conocido la propuesta del gobierno alemán, integrado por el SPD y Los Verdes, de proceder al cierre escalonado de sus centrales nucleares. Esta propuesta viene a sumarse a los vientos que soplan en los partidos socialdemócratas de Europa Occidental. Parece que en el seno de estas influyentes organizaciones se está produciendo un debate en profundidad sobre el modelo energético (¡ya era hora!). El resultado del debate lo hemos visto ya en el programa electoral del PSOE que proponía el cierre inmediato de las centrales de Zorita (Guadalajara) y de Garoña (Burgos), las dos más antiguas de las españolas, y el cierre escalonado del resto, según se fueran amortizando. La propuesta del SPD alemán no difiere de la del PSOE. Se trata de proceder al cierre de las nucleares según se vayan amortizando, para reducir al máximo posible las indemnizaciones a pagar a sus propietarios.

Se trata, sin duda, de un avance. Pero es insuficiente. Es un avance porque procede al cierre de las centrales más antiguas, cuya situación hace que sea una temeridad mantenerlas en funcionamiento. Y, además, define el futuro de la industria nuclear: según vayan envejeciendo se irán cerrando las centrales y no se construirán otras nuevas. Las empresas de bienes de equipo y las constructoras que veían un pingüe negocio en la actividad relacionada con la energía nuclear han de buscarse otros campos de actuación y olvidarse de invertir más dinero en este tipo de tecnología. Los bancos que habían encontrado un filón en los préstamos para el desarrollo de estas plantas se verán obligados a olvidarse de él y a dedicarse a otros negocios, quizá igual de abusivos. El mismísimo Banco Mundial se ha negado en diversas ocasiones a financiar proyectos nucleares.

A pesar de estas virtudes, la propuesta es insuficiente. Y lo es porque el tiempo de amortización de las centrales está en unos 30 años. Durante este tiempo las plantas habrán envejecido mucho y su seguridad se habrá degradado notoriamente. Miremos los próximos ejemplos de Zorita y Garoña que, con 32 y 31 años de antigüedad respectivamente, son dos antiguallas que ponen en peligro nuestra seguridad. Además, por cada 1.000 MW de potencia, las centrales nucleares vienen a producir entre 25 y 30 Tm de residuos radiactivos de alta actividad al año, sin contar los de baja y media. Dado que no existe solución satisfactoria para la gestión de estas sustancias, lo más razonable sería dejar de producirlas lo antes posible, y no esperar una treintena de años.

Un efecto pernicioso e inesperado del parón nuclear en algunos países de Occidente es la tentación de vender tecnología a países del tercer mundo. La industria nuclear vería en esta vía una forma de rentabilizar sus inversiones y de continuar con sus negocios. Pensemos en países con déficit democrático, con altos niveles de corrupción entre sus elites gobernantes y con poblaciones con escasa conciencia ecológica y con pocos medios de expresión social y política. Estados como Corea del Norte o Marruecos se plantean la importación de tecnología nuclear occidental. Esperemos que el buen sentido cunda finalmente y no se materialicen los proyectos nucleares en estos lugares.