Tal vez las penalidades de la posguerra hayan desatado la bulimia que viene acusando la economía española. Su metabolismo no parece muy saludable cuando devora energía y materiales y genera residuos a ritmos verdaderamente trepidantes, como atestigua el artículo de Óscar Carpintero incluido en esta misma revista. Los enunciados tan a la moda de la sostenibilidad ecológica y de la desmaterialización económica no han aplacado hasta el momento los crecientes requerimientos de agua, energía y materiales de la economía española, ni recortado sus secuelas de deterioro ecológico, que se mueven gobernados por el simple pulso de la coyuntura económica.

Evidentemente, la mencionada bulimia del organismo económico viene arrastrada por el doble dogal de un capitalismo agresivo y un individualismo posesivo. Pero lo que hace que España “sea diferente”, es que esta agresividad y este afán de posesión se proyectan, en mayor medida que en los otros países de nuestro entorno, en actividades con grandes requerimientos materiales e incidencias territoriales, como son el negocio inmobiliario y la construcción de viviendas e infraestructuras, colaboradora necesaria de ese negocio. Esta querencia culmina con el aquelarre inmobiliario que vive la economía española desde hace algo más de un lustro, que se une con el de obras públicas financiadas por el maná de los fondos europeos, haciendo que la construcción se haya erigido en la verdadera industria nacional, cuyo peso económico se sitúa bien por encima de la media europea.

Muchas grúas, pocos árboles

Desde antiguo se sabe que el negocio inmobiliario culmina en añadir varios ceros al valor de los terrenos por el mero hecho de hacerlos urbanizables, teniendo los políticos la llave de este negocio. La historia urbanística de Madrid está plagada de ejemplos que van desde la compra y recalificación del antiguo cinturón verde, que hizo la fortuna de Banús al instalar sobre él los barrios del Pilar y de la Concepción, pasando por la recalificación de los diversos triángulos de oro, cuarteles, conventos, zonas ferroviarias… hasta la doble carambola de recalificaciones lograda con la antigua y la nueva ciudad deportiva del Real Madrid. Ejemplos como éstos recorren toda la geografía nacional, alcanzando su cenit en las zonas turísticas del litoral.

Tales ejemplos marcan un continuismo digno de mejor causa, al igual que el empeño franquista de atar a las personas al carro de la propiedad y el endeudamiento inmobiliario, haciendo de ellas gente de orden. Empeño que ha culminado también con la democracia, haciendo que España tenga el menor porcentaje de viviendas en alquiler de toda la UE y extendiendo el virus de la especulación inmobiliaria por todo el cuerpo social, por obra y gracia de las fuertes revalorizaciones de los precios de los inmuebles ocurridas en los últimos tiempos, a la vez que se moderaba drásticamente el crecimiento de los precios al consumo.

Un rasgo diferencial del presente boom inmobiliario es el mayor afán de comprar viviendas como inversión, unido a la mayor presencia de compradores extranjeros. Cuando las gestoras de inversiones ofrecen, junto a los productos financieros, productos inmobiliarios que se pueden comprar sobre el papel, viéndolos por internet, y cuando los fondos alemanes o franceses de inversión inmobiliaria compran promociones en nuestro país, vemos que el mercado inmobiliario español compite con los mercados financieros en atraer el ahorro de los potenciales inversores. Así, la crisis bursátil de los últimos años, unida a las sucesivas rebajas del tipo de interés, han sido desastrosas para el territorio peninsular, ya que han reforzado el huracán de dinero presto a invertirse en ladrillos y cemento que ya se cernía sobre él, al que se añade otro de fondos comunitarios plasmados en potentes infraestructuras que, lejos de vertebrar el territorio, contribuyen a acentuar sus desequilibrios. La construcción de edificios e infraestructuras se difunde así por el territorio a modo de melanoma sin control: el exceso de grúas, y la escasez de árboles, ofrecen hoy en nuestro país un paisaje bien singular en Europa.

El problema ecológico estriba en que la construcción es una actividad muy exigente en energía y materiales y tiene una gran incidencia territorial. Por ejemplo la construcción de vivienda nueva reclama al menos media tonelada de materiales por metro cuadrado, al que hay que sumar movimientos de tierras y de residuos inertes que superan ampliamente esa cifra, ya que aplanar el territorio es hoy sinónimo de planeamiento urbanizador. A la vez que la eficiencia en el uso del suelo decae con el actual modelo de urbanístico, que exige cada vez mayores servidumbres indirectas e infla el porcentaje de viviendas secundarias y desocupadas: según mis estimaciones el suelo ocupado por usos urbano-industriales directos e indirectos pasó en la Comunidad o provincia de Madrid de menos de cien metros cuadrados por habitante, en 1957, a más de cuatrocientos en 2000.

Pero el problema ecológico que plantea el presente boom inmobiliario no sólo se deriva de sus exigencias en materiales, energía y territorio, sino en que está instalando un modelo territorial, urbano, constructivo y un estilo de vida que resultan mucho más exigentes en recursos y pródigo en residuos y en daños ecológico-ambientales que los previamente existentes.

El metabolismo es el problema

Así las cosas, las preocupaciones del ecologismo han de trascender en nuestro país de los problemas de contaminación y de protección de especies y espacios, para ocuparse del propio metabolismo de la economía española y de la pinza de deterioro territorial que ocasiona la evolución en curso de los sistemas agrarios y sistemas urbanos. En lo que concierne a estos últimos tampoco cabe apelar simplemente al urbanismo ecológico o a la construcción bioclimática. España ha cubierto sobradamente el déficit de viviendas con relación a la población, pero no las necesidades de vivienda de ésta, habida cuenta que las espectaculares subidas de precios se han simultaneado con una presencia cada vez más reducida de viviendas sociales. Así, España es récord en viviendas secundarias y desocupadas, a la vez que sigue siéndolo en destrucción del patrimonio inmobiliario por demolición y ruina.

El principal problema a resolver tendrá que ver con la gestión un patrimonio inmobiliario sobredimensionado e ineficientemente utilizado. La situación actual pide a gritos políticas que, a diferencia de las actuales, propicien la rehabilitación frente a la construcción nueva, la arquitectura acorde con el entorno frente al estilo universal imperante, la vivienda como bien de uso frente a la vivienda como inversión, la vivienda social frente a la vivienda libre, la vivienda en alquiler frente a la vivienda en propiedad, la rentabilización a través de rentas y no plusvalías… El problema estriba en que este cambio amenazaría los negocios inmobiliarios en curso, provocando el desinfle de la burbuja. Tal vez cuando ésta se desinfle por sí misma vengan momentos más propicios para el cambio.

José Manuel Naredo. El Ecologista nº 41