Las repoblaciones forestales siempre han sido un tema polémico, y más en estos tiempos electorales, en los que se prometen hasta 800 millones de árboles. En ocasiones se arrasan zonas de alto interés ecológico para plantar especies de crecimiento rápido. Otras veces resulta razonable repoblar para recuperar zonas muy degradadas más rápidamente. Después de un incendio a menudo lo aconsejable es no repoblar, ya que los montes se regeneran por sí solos, sobre todo si la vegetación natural no estaba muy alterada. Sin embargo, en muchas ocasiones se repueblan zonas quemadas haciendo primar los intereses políticos y la creencia de que hay que intervenir para mejorar la acción de la naturaleza.

Pablo Manzano Baena y Soledad Martos Arias, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 39. Primavera 2004.

Tradicionalmente, las repoblaciones han sido un sistema de restauración de ecosistemas defendida por muchos defensores de la naturaleza y técnicos forestales. No obstante, son un arma de doble filo que ha de ser manejada con sumo cuidado. Como ejemplo de la confusión existente sobre este tema tenemos las noticias aparecidas en diversos medios de comunicación sobre los incendios en el oeste ibérico del verano pasado. En muchas de ellas se ha dado a entender que el bosque es siempre el sistema de mayor valor ecológico, se ha hablado casi exclusivamente del pino como especie a utilizar en las repoblaciones, se ha llegado incluso a citar el valor ecológico de eucaliptares y pinares en la sierra de Aracena (Huelva) y se ha expuesto la necesidad de ayudar a la naturaleza para su completa regeneración. Tales datos no hacen sino dar una información errónea a la opinión pública. Desmenucemos la cuestión poco a poco.

Tópicos incorrectos

El fuego es un factor que ha intervenido permanentemente al sur de la Cordillera Cantábrica, desde hace 10.000 años, hasta modelar el paisaje tal y como lo conocemos. Su frecuencia ha provocado la adaptación de muchas especies tales como el alcornoque, único en el desarrollo de una corteza –el corcho– que evita los daños internos. Otras especies esperan a que el fuego abra la vegetación para germinar y así recibir la energía del sol, como la jara, el brezo o el pino carrasco.

Por otra parte, la célebre frase de que cuando llegaron los romanos a Hispania una ardilla podía ir de Algeciras a Figueras sin tocar el suelo no es en absoluto cierta. Nuestro país posee una gran riqueza de ecosistemas, la mayor de la UE. Así, tenemos sistemas de matorral donde no predomina ninguna especie arbórea y que, sin embargo, ofrecen una biodiversidad sorprendente. El mejor ejemplo es la garriga, muy dañada en el Levante por el turismo incontrolado e incluida por la UICN entre los 25 “puntos calientes de biodiversidad” mundiales (biodiversity hotspots) junto con, por ejemplo, la selva lluviosa colombiana o la mata atlántica brasileña.

Los sistemas esteparios también son frecuentes en nuestro país. Los Monegros (Zaragoza), propuestos para Parque Nacional, representan un ecosistema único en Europa Occidental, la estepa fría, con especies cuyas áreas de distribución más cercanas se encuentran en las llanuras del mar Caspio, en Rusia, y con multitud de especies exclusivas. Este caso pone de relieve el desprecio nacional por lo que “no es verde” y nuestra falta de formación en materia de conocimiento del medio. Su solicitud de máxima protección ha sido incomprendida por la mayoría de los ciudadanos aragoneses, deseosos de regar y destruir un paisaje único “que está muy feo así, tan seco”.

En cualquier caso, se tiende a subestimar la capacidad regenerativa de la naturaleza, pensando que hace falta corregirla. Esto ha dado lugar, en especial en la época de Franco y del extinto Icona, a una cultura de la repoblación con maquinaria pesada, especies de crecimiento rápido y fines utilitaristas. Pero esta cultura está lejos de desaparecer. En muchos artículos periodísticos se deja ver todavía la necesidad de rentabilidad de una repoblación, argumento absurdo cuando se trata de regenerar el medio natural y no de obtener beneficio económico. Es este último argumento el que explica la utilización constante de pinos, puesto que son especies de crecimiento rápido.

Pinos, eucaliptos e incendios

Muchos ingenieros de montes justifican la elección de estas especies de rápido crecimiento porque cuanto más pronto se forme el bosque antes se evita la erosión del suelo. Pero los pinos aumentan la acidez del suelo, alteran la dinámica natural del mismo e impiden el establecimiento de matorrales debajo de ellos. Los eucaliptos de Aracena citados al comienzo, originarios de Australia, son un ejemplo aún más dramático. La técnica más común para realizar repoblaciones, con el uso de maquinaria pesada que levanta, voltea y apelmaza el suelo, agrava aún más la degradación del suelo e incrementa su erosión. Un nefasto ejemplo, de los muchos posibles, se puede apreciar en la Sierra de la Culebra zamorana, donde el sistema de matorral fue sustituido por una plantación de pinos que, para colmo, no tardó en arder completamente por un rayo.

Por otra parte, hacer repoblaciones con una sola especie, en especial pinos, incrementa el riesgo de fuegos que pueden representar peligro para pueblos y urbanizaciones. La resina de los troncos y las hojas aciculares secas que se acumulan bajo ellos hacen que los pinos prendan rápidamente. Los incendios registrados en el verano de 2003 en la comarca del Vallés son un buen ejemplo, en una zona que por sus características climáticas podría estar ocupada por una rica garriga. En la garriga cada especie tiene una velocidad de combustión diferente y la diversidad hace más difícil el avance del frente. En cambio, en el Vallés nos encontramos con un bosque compuesto sólo de pino carrasco donde un fuego devastador se extendió rapidísimamente, provocando cuantiosos daños materiales en zonas habitadas.

Otro problema habitual de nuestras repoblaciones es que una vez hechas se abandonan a su suerte, y no se siguen tratando, clareando e introduciendo paulatinamente especies autóctonas para favorecer la sucesión. Pero es que esta forma de actuar es más costosa, pues exige un trabajo casi exclusivamente manual.

Pero no se trata de defenestrar al pino, que tiene su lugar en los ecosistemas ibéricos; contamos incluso con una subespecie exclusiva de pino negral (Pinus nigra ssp. salzmanii). Muchas especies son pioneras en colonizar ambientes difíciles, como son las partes altas de las montañas, los suelos descarnados y los arenosos, ambientes donde la ausencia de competencia con frondosas les deja crecer. Otros, como el pino carrasco (Pinus halepensis), se especializan en colonizar zonas tras los incendios, donde abunda la luz y los nutrientes y escasea la competencia, para después dar paso a la garriga.

En conclusión, apagar los incendios se justifica más como una intervención en favor de la seguridad pública, pero no tanto como una forma de evitar catástrofes naturales, puesto que el fuego, al menos el que se origina de forma natural, se halla implícito en el ecosistema mediterráneo (sin olvidar que, por desgracia, la mayor parte de los incendios son provocados, y no obedecen a causas naturales). De hecho, por ejemplo en EE UU hay zonas que cada cierto tiempo se incendian de forma controlada para, precisamente, imitar la frecuencia natural de fuegos. Sin embargo, una actitud así por parte de las administraciones públicas ha de estar precedida por una legislación que evite la recalificación de los terrenos incendiados e incluya la prohibición total de vender madera quemada.

Buena parte de las repoblaciones no se justifican hoy en día, pues la finalidad de las mismas no es obtener una rentabilidad económica como antaño, sino regenerar el medio natural, para lo cual la naturaleza ha demostrado sobradamente su habilidad. En todo caso, se puede recomendar la plantación a mano de arbustos para frenar casos de erosión alarmante. Las especies a utilizar han de ser autóctonas y sobre todo locales. Una encina de Antequera tiene unas adaptaciones fenológicas y fisicoquímicas al clima y suelo locales que probablemente difieran de una de Sierra Morena. Es una auténtica aberración traer plantas de Checoslovaquia, como se hizo no hace mucho en una repoblación en Somosierra, mientras languidecen nuestros viveros de especies autóctonas.

Además, hay que tener en cuenta un gran número de variables del punto concreto a repoblar, como la humedad, la pendiente del terreno y un largo etcétera. Es en este punto donde aún se echa en falta una mejor formación de nuestros ingenieros de montes y forestales, en bastantes casos todavía demasiado sesgados hacia el utilitarismo y carentes de una buena base de teoría ecológica y geobotánica en sus estudios.