África es el continente de las paradojas: riqueza y pobreza, selva y deforestación, indígenas y violación de derechos humanos, vida y muerte… A los tradicionales minerales codiciados como el uranio, el oro, el petróleo y los diamantes hay que sumar ahora el coltán, cuya importancia geoestrátegica ha puesto al Congo en el punto de mira de trasnacionales y traficantes.

Carlos Corominas Balseyro, co-fundador de Voluntad y Determinación. El Ecologista nº 56

Hace más de cien años que la publicación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad marcó el inicio de la protesta contra las condiciones abusivas a las que la compañía del rey Leopoldo II sometía a los nativos del Congo en la extracción del caucho y los diamantes. La campaña de descrédito, a la que pronto se sumaron intelectuales de la talla de Arthur Conan Doyle y Mark Twain, forzó a Leopoldo II a ceder su Estado Libre del Congo a la administración belga, que siguió explotando a la población de manera más disimulada.

Ha pasado mucho tiempo pero las condiciones han cambiado poco y, a veces, parece que a peor. Únicamente cuando la opinión pública ejerce presión, las trasnacionales rectifican, conscientes de que sus beneficios se pueden resentir. Así ha sucedido con la protesta por los diamantes de conflicto que impulsó la creación del Proceso Kimberley para controlar el origen de las gemas. Al verse acorralados por la opinión pública, las empresas no tuvieron más remedio que plegarse a la nueva situación y negarse a comerciar con diamantes ilícitos.

Diamantes de sangre

Hoy Sierra Leona intenta recuperarse de las heridas de más de once años de una guerra civil que ha causado más de 70.000 muertos y 30.000 amputados. Ibrahim Kamara, embajador de la ONU en Sierra Leona señalaba en el año 2000 que “la causa de esta guerra no es ideológica, étnica o regional; las raíces son los diamantes, diamantes y diamantes”.

Este conflicto tiene como siniestro protagonista a Charles Taylor que, curiosamente, no es sierraleonés. Primero señor de la guerra, después presidente de Liberia y hoy condenado por crímenes contra la humanidad por La Haya, Taylor financió en 1991 al Frente Revolucionario Unido (RUF) que rápidamente se adueñó de los campos diamantíferos de la región de Kono. Para hacer frente al RUF, el presidente de Sierra Leona solicitó los servicios de empresas de mercenarios como Executive Outcomes o Sandline, ahora desaparecidas.

La guerra supuso un grave deterioro del entorno medioambiental. Por un lado, tanto rebeldes como soldados se escondían en el bosque y se alimentaban de animales salvajes. Por otro, se produjo una deforestación intensiva en la península de Freetown de la que se lucraron numerosas empresas. Una vez que las protestas sobre los diamantes sangrientos se transformaron en sanciones concretas, el presidente Charles Taylor decidió saciar su codicia con la exportación de madera.

Numerosas trasnacionales, como la famosa De Beers, se beneficiaron del conflicto; la política de estas empresas se basó en no hacer preguntas sobre el origen de las gemas, sin importarles si procedían de zonas en guerra o si para obtenerlas se sometía a los trabajadores a la violación sistemática de sus derechos más fundamentales. Mientras que De Beers estimaba que en 1999 solo el 4% de la producción mundial de diamantes provenía de los llamados diamantes conflictivos, un grupo de expertos de la ONU lo cifró en el 20% del total.

A partir de 2000 la comunidad internacional comenzó a imponer sanciones y en 2003 se aprobó el Proceso Kimberley que certifica que los diamantes comercializados no provienen de zonas de conflicto. Estas restricciones, sumadas a la detención de Charles Taylor por crímenes contra la humanidad, han servido para dar por finalizada la guerra, aunque hoy en Sierra Leona se vive con la sensación de que la paz siempre es muy frágil.

Geoestrategia mineral

Desde que el rey Leopoldo II de Bélgica lo tomara como propiedad personal, el Congo ha sido lugar de explotación y muerte. Hoy, once años después del golpe de Estado que derrocó a Mobutu Sese Seko, el país ha pasado por dos guerras, la segunda de ellas es la que se ha denominado como Primera Guerra Mundial Africana. Esta internacionalización del conflicto se debe básicamente al interés que otros países tienen en los recursos naturales. El coltán, un mineral de alto valor geoestratégico, se ha convertido en la nueva maldición del Congo.

El coltán es una contracción de dos minerales: columbita, óxido de niobio con hierro y manganeso, y tantalita, óxido de tántalo con hierro y manganeso [1]. Entre sus principales características destacan su resistencia al calor y sus propiedades eléctricas. Se utiliza para la construcción de oleoductos, satélites o para la industria armamentística; pero también para productos de uso corriente en el mundo occidental tales como ordenadores o móviles. Es revelador el caso de Sony que tuvo que retrasar el lanzamiento de su videoconsola Playstation2 por una escasez en el suministro de este material.

El 80% de las reservas mundiales de coltán se encuentra en la República Democrática del Congo (RDC), más concretamente en la región este de Kivu, lo que la convierte en una zona de gran interés para los expoliadores. Existen dos bandos que se disputan el control de la extracción: por un lado, las fuerzas de Ruanda y Uganda, unidas a movimientos rebeldes; por otro, el Gobierno de la RDC, apoyado por Angola y Zimbabue. A estos competidores hay que sumarles los intereses de las grandes trasnacionales que contribuyen a perpetuar el conflicto: Barrick Gold Corporation (Canadá), American Mineral Fields y Anglo-American Corporation (Sudáfrica). Todo comercio, ético o no, necesita una red de transporte y las compañías aéreas, entre ellas la belga Sabena, prestan sus servicios a cualquier traficante que desee vender coltán y comprar armas [2].

Los esclavos que trabajan en las minas de coltán superan los 20.000 y su procedencia es tan diversa como las causas que les empujan a esta situación. Campesinos que han cambiado de oficio porque sus tierras no pueden sustentar a sus familias; refugiados y prisioneros a los que les prometen una reducción de la condena; niños obligados a trabajar porque pueden acceder a minas más estrechas… Estos obreros se dedican a la extracción del coltán durante el día y por la noche malviven en la selva sin ningún tipo de infraestructura.

La extracción del coltán provoca graves consecuencias para la salud de los mineros y del medioambiente. A veces el coltán incluye uranio o torio, sustancias de alta toxicidad que son inhaladas por los obreros de modo constante. La corteza de los árboles es utilizada para separar el coltán del barro: lo que genera una tala indiscriminada de especies que necesitan mucho tiempo para regenerarse. Así mismo, la repentina aparición de un número tan elevado de personas que cazan para alimentarse ha supuesto un profundo retroceso en la biodiversidad de la zona este del país.

Más voluntad para cambiar el rumbo

El investigador Michael Klare afirma que una “estrategia basada en la cooperación a escala mundial sería más efectiva que el conflicto”. Propone la creación de instituciones sólidas que regulen el flujo de recursos y actúen como moderadores en caso de escasez. Klare defiende que, a largo plazo, nuestros intereses deben ir encaminados a suministrar los recursos de manera equitativa lo que sin duda iría en contra de las intenciones de algunos Estados y empresas que serían reacias a ceder su control a las agencias internacionales.

Rosario Lunar y Jesús Martínez Frías, catedrática de la Universidad Complutense e investigador del CSIC respectivamente, consideran que “estudios mineralógicos y geoquímicos detallados sobre muestras de coltán de distintas áreas permitirían servir de herramienta para identificar los afloramientos geológicos de procedencia y ayudar así a controlar su tráfico ilegal”. De esta manera se podría afrontar el problema del coltán de una manera similar a como se ha hecho con los diamantes: creando mecanismos de control que avalen que las extracciones de coltán se realizan con las garantías necesarias.

En el mundo globalizado en que vivimos se hace perentoria la creación de mecanismos de control. Una visión holística que contribuya a mitigar los problemas causados por las necesidades occidentales y sus consecuentes relaciones comerciales a escala global. La persecución eficaz de individuos y empresas que violen las leyes en esta materia es otra de las cuestiones que deben ser abordadas con urgencia.

Sin olvidarnos que los móviles que usamos a diario contienen materiales extraídos de manera ilícita y que tenemos la responsabilidad de saber qué consumimos y exigir a nuestros gobiernos que pongan todos los medios para acabar con el negocio del terror. La sociedad civil debe seguir presionando para conseguir una implicación real de la comunidad internacional que puede poner fin a numerosos conflictos hoy en activo. Sin duda, se precisa de mayor voluntad y determinación para cambiar el rumbo del mundo.

La victoria de los bosquimanos
Los bosquimanos son un conjunto de pueblos de cazadores y recolectores que, según los antropólogos, habitan el Kalahari desde hace 20.000 años. El problema surgió cuando se descubrieron yacimientos de diamantes en la Reserva de Caza del Kalahari Central en Botsuana, donde vivían 5.000 bosquimanos Gana y Gwi. Estas piedras poseen escaso valor para unas gentes que ya tenían su modo de vida asegurado; en cambio son preciosas para las compañías De Beers y Petra Diamonds que decidieron hacerse con el control de estas tierras.

En 1997 el Gobierno de Botsuana expulsó a los bosquimanos de la reserva alegando que suponían una amenaza al ecosistema. Nada más lejos de la realidad: los bosquimanos han vivido en sus tierras desde tiempos inmemoriales sin perturbar el equilibrio ecológico.

Los indígenas fueron trasladados por la fuerza a campos de reasentamiento donde sucumbieron al alcoholismo, la prostitución o el sida (enfermedad para ellos desconocida hasta entonces). Estos desposeídos decidieron enfrentarse al Gobierno y reclamar sus tierras por la vía judicial: el 13 de diciembre de 2006 el Tribunal Supremo de Botsuana determinó que la expulsión de los bosquimanos y la persecución a la que habían sido sometidos era “ilegal e inconstitucional” y que, por tanto, tenían derecho a regresar al Kalahari y a ser provistos de los servicios básicos. Hoy muchos de ellos ya han regresado y otros están preparando el viaje.

Aunque han conseguido recuperar sus tierras, nadie sabe si los bosquimanos podrán recuperar su modo de vida y si los modos occidentales que han conocido en el destierro no harán mella en una sociedad que se mantenía al margen de un mundo cada vez más enfermo [3].

El negocio de la muerte
En un informe de octubre de 2007, Oxfam, Iansa y Saferworld realizan una estimación sobre el coste real de las guerras en África. El documento revela que el precio de los conflictos en el continente desde 1990 es de unos 300.000 millones de dólares, 18.000 anuales, el equivalente a la ayuda internacional recibida durante este período o la cantidad necesaria para frenar la pandemia del sida [4].

Uno de los datos más preocupantes que pone de manifiesto el informe es el hecho de que el 95% de las armas más utilizadas en África proceden del exterior y que la mayoría de las municiones también. España es el mayor exportador de municiones con destino al África subsahariana.

Geografía de conflictos
Las guerras por los recursos se reparten por toda la geografía del globo camufladas en forma de contiendas tribales o religiosas. Lo que realmente se esconde tras las causas aparentes es un interés creciente de los países occidentales por hacerse con el control de los recursos y, en muchas ocasiones, es más beneficiosa una guerra controlada que una situación de estabilidad que garantice unas explotaciones respetuosas y sostenibles.

Desde la independencia, en 1955, Sudán ha estado sumido en una guerra casi constante. Esta situación se recrudeció en 1983 cuando comenzó la Segunda Guerra Civil Sudanesa y ahora con el Conflicto de Darfur, desatado en 2003. Las causas de estos conflictos, más allá de una pugna religiosa, tienen su origen en el control del petróleo. China se ha convertido en el principal socio del país africano ya que su creciente economía necesita de materias primas para abastecerse. Sudán proporciona la mitad del petróleo que importa China al año.

En un ejercicio de memoria histórica los españoles deberíamos recordar que nuestro país también fue colonizador en África y no sólo en América. En el desierto del Sahara existe un pueblo que fue desposeído de sus tierras como consecuencia de una nefasta descolonización. En este conflicto subyacen los intereses de Marruecos por controlar los fosfatos y los bancos de pesca. Hace 32 años que los saharauis sufren persecución y violación sistemática de los derechos humanos por parte de una dictadura que, lejos de ser condenada por los países occidentales, es considerada como un buen socio comercial en el Magreb.

[1] LUNAR, R. Y MARTÍNEZ FRÍAS, J. El coltán, un mineral estratégico. El País 26-09-07

[2] ALTUBE, RAMIRO DE. La fiebre del coltán: el imperialismo continúa. Revista Pueblos. Verano 2003

[3] MACHADO, ANA. Cuando un diamante es más peligroso que un león. Los bosquimanos gana y gwi del Kalahari. Ecología Política. Nº 33.

[4] INTERMON OXFAM. Los millones perdidos de África.