Texto: Andrés Martínez García, Ecologistas en Acción de León.

En el alfoz de la ciudad de León existe un humedal conocido como laguna de las Carrizas localizado en la vega fluvial del Río Bernesga. La presencia de esta laguna, muy próxima a la llamada presa del Bernesga o del Infantado, da nombre al paraje (El Carrizal) y, a su vez, al barrio (Las Carrizas) perteneciente ya al Ayuntamiento de San Andrés del Rabanedo.

Nos encontramos ante un extenso espadañal de unos sesenta mil metros cuadrados donde junto a las eneas (Typha latifolia) abundan cárices (Carex spp.), juncos (Juncus spp.) y otras herbáceas propias de prados encharcados como la hierba de San Antonio (Epilobium hirsutum), la lisimaquia común (Lysimachia vulgaris), la salicaria (Lythrum salicaria) o el lirio amarillo (Iris pseudacorus). Rodeando al carrizal una barrera natural de especies arbóreas y arbustivas ha actuado como elemento de protección, proporcionando al mismo tiempo refugio y alimento a numerosas especies de fauna vertebrada e invertebrada.

La biodiversidad se ve favorecida por el buen estado de conservación del soto fluvial que la rodea: sauces (Salix atrocinerea, S. fragilis, S. salviifolia), chopos (Populus nigra), negrilllos (Ulmus minor) y alisos (Alnus glutinosa) se ven acompañados por una gran diversidad de arbustos como el aligustre (Ligustrum vulgare), el cornejo (Cornus sanguinea), el mundillo (Viburnum opulus) o el bonetero (Euonymus europaeus). Rosales silvestres, majuelos, zarzamoras o brunos, entre otras especies, enriquecen este ecosistema, en lo que representa el elemento vivo de los lindes de unos prados que en torno a la Presa del Bernesga forman en conjunto un corredor biológico de gran valor.

El humedal se caracteriza por ser un lugar extraordinario de reproducción de anfibios, con presencia de especies como el tritón jaspeado (Triturus marmoratus), el sapo común (Bufo bufo), el sapo corredor (Bufo calamita), el sapo de espuelas (Pelobates cultripes), el sapillo pintojo ibérico (Discoglossus galganoi), el sapo partero común (Alytes obstetricans), la rana común (Rana perezi) y la ranita de San Antón (Hyla arborea). Destaca igualmente la presencia de culebras acuáticas como la culebra viperina (Natrix maura) o la culebra de collar (Natrix natrix).

Por otra parte, la comunidad de aves reproductoras está integrada por, al menos, cuarenta y dos especies. Entre las aves dependientes de la laguna pueden citarse: el azulón (Anas platyrhynchos), la gallineta común (Gallinula chloropus), el ruiseñor Bastardo (Cettia cetti), el carricero común (Acrocephalus scirpaceus) y el buitrón (Cisticola juncidis).

A las que habría que añadir una nutrida representación de especies dependientes del bosquete de ribera que rodea al humedal, entre otras y por citar sólo algunas: autillo, pito real, pájaro moscón, agateador común, chochín, mirlo, zorzal común, petirrojo, ruiseñor común, zarcero común, curruca capirotada, curruca mosquitera, mosquitero ibérico, jilguero, verdecillo, verderón, pinzón vulgar y escribano soteño. Además, la laguna y su entorno son utilizados como comedero por aves urbanas diversas.

Especial mención merece la abundancia y diversidad de odonatos (libélulas y caballitos del diablo), constituyendo laguna y presa zonas privilegiadas para su observación durante los meses de verano.

La amenaza de la urbanización

Una imparable periurbanización está provocando el cuarteo y la desestructuración de los espacios naturales situados en el área metropolitana de León. La brutal presión urbanística ha conducido a que en el Plan General de Ordenación Urbana del Ayuntamiento de San Andrés, limítrofe al de la capital, la laguna de Las Carrizas pase ahora a ser clasificada como suelo urbanizable dentro de un sector globalmente residencial. Evidentemente los valores naturales de esta laguna, acreditados con varios informes científicos, son incompatibles con la calificación de suelo urbanizable, aun dentro de la categoría de Sistema General de Espacios Libres (zonas verdes donde se admiten construcciones diversas, equipamientos, mobiliario urbano, incluso aparcamientos). Este humedal no puede quedar reducido –en el mejor de los casos– a un simple parque, sino que es exigible el máximo respeto a su integridad y naturalidad.

La amenaza se extiende igualmente al mosaico de prados y sebes que la rodean. Pese a que una concepción moderna de la ordenación del territorio y de la planificación urbana exigiría mantener las vegas fluviales en el alfoz de las ciudades como elementos naturales de sutura entre los diferentes núcleos urbanos, la realidad, en cambio, es que cada vez se clasifica como urbanizable más superficie de las mismas, con las consecuencias que esto tiene en términos de destrucción de suelo fértil y desaparición de estos valiosísimos ecosistemas.

Es conocida la importancia que para los anfibios tienen los pequeños humedales de carácter temporal: presas, albercas para el riego, prados inundables, huertos periurbanos, etc. Se trata de hábitats frágiles con un alto valor ecológico, máxime teniendo en cuenta que muchas especies podrían acercarse a la extinción tras prolongados periodos de sequía. La urbanización en la periferia de las ciudades es una importante causa de pérdida de hábitat para los anfibios por lo que sería necesaria una planificación urbanística y ambiental adecuada que permitiera seguir conservando estos hábitat clave y su interconexión.

Por otra parte, muchas especies de aves, como el autillo o el ruiseñor común, se están viendo afectadas por el deterioro de estos pequeños sotos fluviales debido a la progresiva desaparición de viejas paleras y sebes.

El caso es paradigmático dentro de una tendencia general que pone sobre la mesa la amenaza que supone la urbanización tanto para humedales como para sotos y bosquetes de galería.

La necesidad de su conservación

Debe destacarse que nos encontramos ante un espacio natural periurbano al que es posible atribuir junto a los valores clásicos de conservación de la biodiversidad, valores añadidos de alta rentabilidad social: recurso para la educación ambiental, turismo ornitológico, etc. razón por la cual podría ser objeto de ayudas europeas para su conservación y utilización ambiental.

Por lo que se refiere a las medidas de restauración ambiental a adoptar, la laguna no requiere de grandes actuaciones y sólo con la mejora del nivel hídrico se conseguiría aumentar ya notablemente la presencia de aves. En cuanto a la Presa del Bernesga, un proyecto de recuperación de la misma (sobre todo en lo relativo a la calidad de las aguas) podría convertirla, junto al soto que la rodea, en un activo no sólo ambiental sino también cultural, habida cuenta de la presencia a lo largo de su recorrido de antiguos molinos harineros.

Pero para ello el requisito principal es que laguna, presa y soto sean protegidos de la urbanización mediante su clasificación en el Plan General de Ordenación Urbana como suelo rústico de protección natural.

Se ha solicitado igualmente a la Dirección General de Medio Natural de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León la inclusión de este humedal en el Catálogo de Zonas Húmedas de Interés Especial (Decreto 194/1994, de 25 de agosto), catálogo pendiente de revisar y cuya última ampliación con la incorporación de nuevas zonas húmedas se realizó en el año 2001. La inclusión supondría automáticamente su consideración como suelo rústico de protección natural.

Alternativamente, podría acudirse a otras formas de protección como puede ser la de zona natural de esparcimiento, figura esta utilizada para otros espacios periurbanos similares, pero siempre bajo las premisas de respeto máximo a la naturalidad del espacio y mínima intervención.

El tiempo nos dirá el futuro que aguarda a esta laguna. La ausencia de una verdadera voluntad de conservar, pero también una manifiesta falta de instrumentos adecuados de regulación y control ambiental, en particular una evaluación ambiental estratégica incapaz de tener verdadera incidencia en la planificación urbanística, está conduciendo al deterioro medioambiental de nuestras ciudades.

Paradójicamente, lo que es una progresiva condena medioambiental se presenta en cambio por parte de los ayuntamientos implicados como un ejemplo de “desarrollo urbano sostenible”, expresión esta que se repite una y otra vez de forma ritual en los Planes Generales. Convendría sin embargo no llamarse a engaño: se trata tan sólo de un ejercicio de retórica legitimadora para permitir, con todos los parabienes, que se sigan destruyendo más y más estos modestos pero valiosos espacios naturales.