Reflexiones sobre las olas de calor y otros efectos del cambio climático

En septiembre de 2003, el Ministerio de Sanidad francés admitía la cifra de 14.802 muertes por la ola de calor sufrida en ese verano. En Italia se estimó un incremento de 4.175 defunciones. En Portugal se evaluó un exceso de mortalidad respecto al año anterior de 1.316 personas. En Gran Bretaña este incremento fue de 2.045. En España 141: ¿más listos que nadie o más estúpidos?

Rogelio Fernández Reyes, Doctor en Periodismo

El 18 de septiembre de 2003, el Ministerio de Sanidad español presentó un informe sobre el potencial impacto sanitario de la ola de calor. Los impresentables resultados del estudio mostraban que los fallecimientos durante el mes de agosto de 2003 en España se habían debido a las mismas causas que en los meses anteriores, “sin que haya un patrón significativamente distinto”.

Tuvimos que esperar a conocer cifras oficiales más reales nueve meses más tarde, en mayo de 2004. El día 6, los medios de comunicación publicaban (en poco espacio para su importancia) los resultados del informe Nacional de Epidemiología el cual señalaba que entre junio y agosto del verano de 2003 se produjo un exceso de defunciones de mayores de 65 años cifrado en 6.500. Ecologistas en Acción, en una nota de prensa, contabilizó 12.963 muertes, basándose en datos del Instituto Nacional de Estadística. Han pasado más de dos años y el Ministerio de Sanidad aún no ha reconocido mayor cifra que 141 para atribuirlas a la ola de calor.

La caída de golondrinas

De un análisis elaborado a partir del tratamiento informativo que el Diario de Sevilla tuvo con la ola de calor de 2003 extraigo las siguientes conclusiones:

- Se trata de uno de los mejores ejemplos de desinformación e ilusión ambiental por parte de las autoridades administrativas.

- Existió una desinformación generalizada ofrecida por los responsables de sanidad de las distintas Comunidades Autónomas y del Ministerio de Sanidad en cuanto a los verdaderos efectos de las altas temperaturas en las causas de muertes. Dado que numerosas fuentes fiables apuntaban a un porcentaje llamativo de muertes superior a las mismas fechas del año anterior, se puede concluir que hubo una ineptitud consciente para afrontar la realidad.

- De la ilusión ambiental creada por la administración política se benefició –de manera efímera– tan sólo la clase política, perdiendo la sociedad la oportunidad de un debate y una reflexión importantísimos.

- Si, tal como corroboraron un grupo de expertos, la ola de calor del verano de 2003 está vinculada en un 70-80% de probabilidad al cambio climático, nos encontramos ante la mayor catástrofe ambiental de Andalucía, España y Europa. Decenas de miles de muertos se enterraron bajo la consideración de crisis de salud, cuando la verdad apunta en el sentido mencionado. Los hechos ocurrieron en un verano excesivamente silencioso, sin advertir lo que podría estar ocurriendo.

Instintivamente quizá estemos programados para reconocer nuestro papel óptimo en relación con los seres vivos: una relación equilibrada va acompañada de sensaciones placenteras mientras que, cuando la relación con el entorno se degenera, la consecuencia es una sensación de intranquilidad. En el pequeño pueblo andaluz en el que vivo, qué chirriante fue, en aquellos días, ver golondrinas muertas por asfixia en las calles. Qué fuerte el contemplar cómo la gran mayoría de las defunciones eran de personas mayores, y las perdimos como una cuestión marginal, lugar donde nuestra sociedad los ha ubicado.

El síndrome de la rana

“Una rana a la que se arroje en agua caliente saltará para huir de la muerte, mientras que, si se la introduce en un recipiente con agua fría que calentamos lentamente, la rana morirá porque no se da cuenta del cambio de temperatura o lo hace demasiado tarde”.

Como nunca los medios de comunicación están reflejando los efectos de los desastres naturales. Sequías, inundaciones, ciclones y huracanes con mayor frecuencia y virulencia son algunos de los capítulos de la factura que está pasando el planeta al desequilibrio que los humanos estamos provocando con la excesiva emisión de CO2. Cada vez son más las instituciones y expertos que relacionan el calentamiento global con desastres actuales. Rita, Katrina, Wilma, Delta, Vince, mares y océanos más calientes, subida del nivel del mar, glaciares que se derriten, olas de frío, olas de calor se relacionan, por su dimensión, con las consecuencias del cambio climático.

Si bien la voz de alarma se alzó hace años, ha hecho falta que se materializaran las amenazas para que se tomara en serio. Aun así hay posturas impresentables, como la defendida por EE UU, que se niega a asumir responsabilidades para no dejar de ganar tanto dinero ni frenar el irracional consumo de gran parte de sus habitantes. Hasta que las pérdidas no sean superiores a las ganancias no se tomarán la cuestión en serio. Lo malo es que su síndrome de rana afecta al resto del planeta, sobre todo a los países más débiles. Según informaban expertos de la Organización Mundial de la Salud, unas 10.000 personas de la región de Asia-Pacífico fallecen cada año como resultado de los factores asociados al calentamiento global, tales como la enfermedad del mosquito-borne. El riesgo de sufrir tifones, ciclones e inundaciones en la zona también se incrementa notablemente.

Por motivo del cambio climático hay consenso en que el próximo siglo la temperatura subirá entre 2º y 6,3ºC. Según la revista Science, el verano de 2003 fue el más caluroso en Europa en los últimos 500 años. Los cuatro años más calurosos de los que se tiene registro han sido 1998, 2002, 2003 y 2004. En España el calentamiento será ligeramente mayor, y Andalucía será de las comunidades más afectadas, con sequías más graves, menos lluvias, más riesgos de incendios, etc. Paralela y paradójicamente, España –y Andalucía aún en mayor medida– ha incrementado sus emisiones en un 52,9% en 2005 con respecto a 1990. Ha sido el país que más se han alejado del cumplimiento de Kioto. Firmar Kioto no libera del síndrome de la rana.

El quiebro del chotacabras

Quien haya disfrutado de las artimañas del chotacabras para despistar de su nido a posibles contrarios no tiene más remedio que reconocer su arte. Es un espectáculo ver cómo te llama la atención desde un punto opuesto al nido, colocado en el suelo, para que lo persigas. Cuando parece que la cercanía va en su contra, salta y vuelve a posarse algo más lejos, alejándote de su morada.

Si bien este recurso natural le ha servido para sobrevivir, hoy se le vuelve en contra. Por desgracia, son demasiados los que mueren arrollados en las carreteras. Su quiebro, perfeccionado para superar otras especies en sus ecosistemas, no es válido ante la excesiva velocidad de los automóviles. Es posible salvar este nuevo reto de dos maneras: por selección natural, tras el triste sacrificio de muchos individuos; o por la adopción de una velocidad moderada en la conducción.

Algo parecido puede ocurrir con los seres humanos y su impacto con su entorno. Si bien ha conseguido un aumento de alimentos, prolongación de la vida, avances en salud o posibilidad de tiempo ocioso para millones de seres, el ser humano se enfrenta a un reto nuevo en su evolución. La aparente edad de oro con respecto a las generaciones que nos antecedieron se ha tornado en la edad del riesgo. En esta ocasión, nuevamente es posible salvar el reto de dos formas: o por selección natural, con el sacrificio de muchos seres humanos actuales y venideros, y multitud de especies; o por la adopción consciente de medidas.

Caben tres reacciones: una primera que niega la validez de las señales, como en la caída de las golondrinas. Esta actitud prosigue con la tendencia de sobre-explotar los recursos y generar más CO2, sin miramientos, argumentando la necesidad de crecimiento, de defender el empleo o pagar deudas, cuando en realidad se está poniendo en peligro el sistema natural del cual dependen la sostenibilidad, el empleo y el pago de las deudas.

La segunda reacción es la reformista, que trata de aliviar las presiones del impacto de la actividad humana mediante la tecnología, o a base de correcciones. Estas medidas son importantes para aliviar las tensiones temporalmente, aunque no van al fondo de las causas subyacentes del impacto de la actividad humana. Aquí se encontraría, por ejemplo, el Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.

La tercera forma de respuesta es más radical. Se trata de admitir que el sistema socioeconómico humano actual ha sobrepasado los límites de la Tierra y se dirige hacia el colapso ecológico y económico. Es esta fórmula la que afronta la raíz del problema y podrá suavizar los sacrificios a los que nos enfrentaremos dentro de unas décadas, cuando el planeta diga “¡no resisto la carga de tantos miles de millones de seres humanos, ni puedo absorber tanto CO2!”. Es la respuesta radical que están demandando tantos informes, instituciones y el planeta. Es importante comprender la necesidad de radicalidad, no con las connotaciones revolucionarias que conllevan sangre en el proceso, sino como un giro de tuercas en todos los ámbitos, desde el personal, al social, al político y al económico.

El único quiebro válido del ser humano a este reto está en manos del cumplimiento radical de Kioto y otros retos más ambiciosos que necesariamente llegarán en el futuro. Si no, será Gaia la que ponga las cosas en su sitio, con un mayor sacrificio para tod@s.