Los últimos anuncios de la Consejería de Ganadería, Pesca y
Desarrollo Rural sobre las concentraciones parcelarias en Cantabria,
entre ellas las de Ruente y Casar de Periedo, vuelven a ignorar los
graves impactos ambientales y sobre el paisaje que vienen
produciéndose por toda la región, al estimular con la entrega de las
nuevas fincas y los trazados de las infraestructuras viarias, la
degradación de las valiosas estructuras de mosaico y los singulares
paisajes de cercas. Estos paisajes están contemplados entre las áreas a proteger en la Ley del Patrimonio Cultural vigente y que han venido definiendo la calidad y los rendimientos de las culturas rurales y de sus aprovechamientos agroganaderos y forestales, la defensa de la biodiversidad y los equilibrios ecológicos, y la variedad y significación de los
numerosos testimonios etnográficos: cierres, morenales, arboledas,
camberas, pequeños puentes, manantiales, fuentes…que les definían.

La autorización de la tala y supresión indiscriminada de las
paredes de cantos rodados, cercas y setos vegetales, hileras
arboladas, ejemplares aislados, robles y frenos centenarios o
monumentales, salcedas fluviales, o pequeños rodales boscosos que se
intercalaban entre los prados, las vegas y las mieses, está
suponiendo la perdida progresiva de sus funciones de cortavientos en
el mantenimiento de la humedad o la protección de los cultivos, en su
carácter de moderadores o reguladores del soleamiento o de la humedad
según las condiciones climatológicas, en su condición de productores
de fertilidad o de hábitat de las especies depredadoras –reptiles,
micromamíferos, aves…– de las plagas de los campos, en su papel de
filtros anticontaminantes, en su aportación a la multiplicidad de
micropaisajes, los contrastes de las sucesiones estacionales, la
heterogeneidad de sus horizontes, la variedad de formas y perfiles…,
todo ello dentro del ahorro en su rehabilitación y mantenimiento, en
la diversificación y aprovechamientos frutícolas, en el control y
funcionalidad del control sobre la rotación de cultivos o del ganado,
o en su revalorización como atractivo para el turismo o la
recreación en la belleza intrínseca de unos escenarios naturales y
culturales, lamentablemente cada vez más desnudos para mayor gloria
de la eficaz gestión de Consejerías y Ayuntamientos en los cada vez
menos infinitos paisajes de esta tierra.

Las concentraciones parcelarias siguen, por otra parte, siendo,
en muchos casos un instrumento encubierto de operaciones de
especulación del suelo o inmobiliaria mediante reparcelaciones y
accesos orientados exclusivamente a esos fines.
Siguen, también, admitiendo usos y actividades de infraestructuras, equipamientos o servicios ajenos a los objetivos con que se proyectan y financian. Se toleran las repoblaciones, incluso en el fondo de las vegas y mieses más fértiles, de repoblaciones de pinos y eucaliptos que provocan el
empobrecimiento de los suelos, desecan y sombrean en exceso las
tierras, y reducen los rendimientos de linderos y vegetación natural
asociada. Y no se respetan los tradicionales canales de riego, pequeños
arroyos, o drenajes naturales que han formado parte de los parajes
afectados.