Las inundaciones del Ebro de los últimos días han provocado graves efectos en localidades ribereñas, pero también declaraciones oportunistas, reclamaciones de medidas contraproducentes y acusaciones a organizaciones ecologistas. Los dragados, embalses y motas no son la solución para evitarlo. Se trata más bien de un problema de ordenación del territorio y de la necesidad de aprender a convivir con las dinámicas naturales del río.

La confluencia de lluvias con el deshielo en los Pirineos, ha hecho que se produzca una importante avenida en el curso medio del Ebro, inundándose amplias extensiones de terreno, y produciéndose cuantiosos daños materiales. Ecologistas en Acción muestra toda su solidaridad con las personas afectadas, entre las que se encuentran miembros de la organización. Lamenta también las declaraciones oportunistas de estos días que pretenden esconder falta de previsión y desviar la atención.

Desde diferentes sectores se está reclamando la realización de “limpiezas” en el cauce, así como la adopción de una serie de medidas constructivas e incluso cambios legislativos. Estas medidas producirían, sin lugar a dudas, graves daños medioambientales, con importantes alteraciones en el ecosistema fluvial. Pero además resultan de muy escasa utilidad para la lucha contra las crecidas impetuosas de los ríos, las avenidas. Ya se han realizado puntualmente en los últimos años, con muy pobre resultado.

Pueden llegar a ser incluso contraproducentes. La denominada “limpieza” de cauces consiste en la eliminación de toda la vegetación de ribera, así como el dragado del río, transformando éste en un mero canal artificial. Eso genera un evidente daño medioambiental, pero, además puede llegar a agravar notablemente los efectos de las inundaciones. El bosque de ribera ayuda a paliar los efectos negativos de las avenidas, al ralentizar la velocidad del agua. Cuando se elimina el agua discurre sin obstáculos a bastante mayor velocidad, produciendo por ello daños materiales mayores y mayor riesgo para las personas.

Se dice que la avenida que se registra estos días es la mayor que se produce en el Ebro desde 2003. Pues bien, si tan sólo han pasado doce años desde una crecida similar, todo apunta a que no se trata de un suceso extraordinario, y todo apunta a que por donde discurre al agua es, en buena medida, su cauce natural. En las últimas décadas se ha construido masivamente en las zonas inundables, e incluso dentro de los propios cauces, por lo que es de esperar que cada cierto número de años esas áreas sean ocupadas por el agua. La lógica apunta a la necesidad de conservar bosques de ribera.

Desde Ecologistas en Acción se estima que existen en España más de 30.000 viviendas situadas dentro de cauces y zonas inundables, número que se sigue incrementando año tras año, sin desde las administraciones responsables apenas se haga nada por evitarlo.

Por ello se demanda al Gobierno Central y los autonómicos que adopten las medidas necesarias para que los cauces y zonas inundables queden libren de construcciones inadecuadas y que se proceda a la restauración de bosques de ribera originario, tanto por evidentes razones medioambientales, como por resultar la forma más eficaz de minimizar los efectos de las avenidas. Lo que se propone no es nada novedoso, pues de hecho es exactamente lo que se indica en el artículo 28 del Plan Hidrológico Nacional, que deben hacer las administraciones competentes.

Esta es la única forma realmente eficaz de luchar contra los efectos negativos de las avenidas e inundaciones, pues es cierto que a medio plazo no puede predecirse cuando va a llover, donde y cuanto, pero siempre se sabe por donde va a correr el agua.