Los ríos, con sus cauces, riberas y sotos, son ecosistemas vivos en permanente cambio. Los pueblos ribereños aprendieron a convivir con la dinámica de los ríos y sus crecidas periódicas a lo largo de los siglos, pero en la actualidad se ha alterado esta relación sabia y respetuosa entre los ríos y las gentes de sus riberas. Cada vez que ocurren lluvias intensas no faltan voces que echen la culpa de los daños por inundaciones a la falta de limpieza de los ríos y que reclamen más dragados, diques y embalses, a la vez que lamentan que los elevados caudales de las avenidas se pierdan en el mar.

¿Son las crecidas de los ríos una maldición que hay que cortar de raíz?. Actualmente existe un total consenso científico acerca de que las crecidas forman parte de la dinámica natural de los ríos y que son imprescindibles para su buen funcionamiento. Además, nos proporcionan de forma gratuita servicios muy importantes. Las crecidas son el mecanismo que tienen los ríos para limpiar su propio cauce, facilitan la depuración de las aguas, mantienen a raya las especies exóticas, redistribuyen materiales dentro de la cuenca, aportan arenas a las playas y son fuentes de fertilización para las pesquerías costeras. Por esta razón, el agua de los ríos no se pierde en el mar, sino que allí cumple un papel ecológico esencial para los ecosistemas marinos y un papel socio-económico fundamental para mantener las actividades pesqueras o recursos turísticos tan importantes como las playas.

Los dragados no son «limpiezas del río», sino actuaciones que arrancan la vegetación y destrozan el lecho del río, ocasionando un enorme impacto ecológico que además no soluciona nada porque en poco tiempo los sedimentos vuelven a ocupar su lugar. En cuanto a las obras de encauzamientos, diques, motas y embalses para impedir inundaciones, tienen un efecto perverso porque fomentan la sensación de falsa seguridad, con lo que hay una mayor ocupación de las zonas inundables y aumentan los daños económicos y los riesgos para la población humana en las siguientes inundaciones. De hecho, España es uno de los países del mundo con mayor cantidad de embalses por habitante y sin embargo los daños por las inundaciones siguen aumentando porque el problema no es de falta de embalses sino que las zonas inundables están cada vez más ocupadas por edificios y otras infraestructuras. Por otra parte, hay que insistir en que no es posible «aprovechar» esos enormes caudales pico durante avenidas: a las obvias dificultades técnicas se sumaría la nula rentabilidad económica de unas infraestructuras sobredimensionadas, como demuestran todos los estudios disponibles.

¿Cuáles son las verdaderas soluciones al problema de las inundaciones? Afortunadamente el consenso científico empieza a ser tenido en cuenta en Europa. La Directiva europea de prevención de riesgos de inundaciones establece que las crecidas son fenómenos naturales y que las soluciones no pasan por más dragados ni más obra dura sino por devolverle al río sus propios espacios, evitando la ocupación de las zonas inundables, que son también parte del río. Se trata de gestionar de forma inteligente lo que ahora se entiende como territorios fluviales. No necesitamos más diques, dragados ni embalses, sino más gestión del territorio, una forma mucho más económica y efectiva de reducir realmente los daños de las inundaciones, que es además lo que nos exige la normativa europea.

Julia Martínez, miembro de Ecologistas en Acción de la Región Murciana.