El ‘agujero» de ozono sigue apareciendo cada año con enormes dimensiones.

Juan Carlos Rodríguez Murillo, científico titular del Instituto de Recursos Naturales (CSIC) y miembro de Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 45.

A pesar del olvido de este asunto por los medios de comunicación, los investigadores piensan que el agujero en la capa de ozono se seguirá produciendo hasta mitad del presente siglo, aunque probablemente empiece a decrecer a partir de 2015. Sin embargo, hoy por hoy, está lejos de erradicarse el uso de sustancias que dañan al ozono de las capas altas de la atmósfera. En concreto, muchos países, y en un lugar destacado España, siguen usando productos como el bromuro de metilo, que destruye las moléculas de ozono 50 veces más rápido que los famosos CFC.

A la capa de ozono le pasa lo que a muchas cosas que afectan a nuestra vida: están ahí, dependemos de ellas para nuestro bienestar, pero no nos paramos a pensar sobre ellas… hasta que los servicios que nos prestaban empiezan a fallar. Entonces suenan las alarmas, los medios de comunicación y l@s propi@s ciudadan@s hablan y hablan, los científicos investigan y previenen, los políticos se reúnen en conferencias, y, al final, se encuentra alguna solución –o se hace creer así–, y otros problemas más perentorios ocupan el lugar de éste. La cuestión se hunde en el olvido de nuevo.

La historia de la destrucción de la capa de ozono y el manejo de esta crisis planetaria se ajustan bien al esquema anterior. Tras ser catalogada como el problema ambiental potencialmente más grave de la Humanidad, la consecución del Protocolo de Montreal (1987) y sus sucesivas enmiendas, con un éxito comprobado en el control de los compuestos que destruyen –o agotan– la capa de ozono, hizo pasar a un segundo plano la amenaza para la vida en la Tierra que supone el eliminar o debilitar la protección que nos brinda dicha capa frente a ciertos tipos de radiaciones solares. Y sin embargo, es precisamente en estos años de olvido –en torno al cambio de milenio– cuando la erosión de la capa de ozono está alcanzando su punto culminante. Y los efectos perjudiciales los estamos experimentando ahora –cataratas oculares, cáncer de piel, daños al sistema inmunológico–, aunque se manifestarán más en los años venideros. Además, el debilitamiento de la capa de ozono no se terminará, se estima, hasta mediados del siglo XXI. Esto sin contar con las incertidumbres que introducen las interrelaciones de este problema con el del cambio climático.

Por todo ello, parece interesante repasar el estado actual de la capa de ozono y las perspectivas futuras, así como los acuerdos internacionales sobre la cuestión.

Avatares de la capa de ozono

La llamada capa de ozono es en realidad una región atmosférica, entre los 15 y los 35 km de altura, donde se concentra cerca del 90% de todo el ozono que existe en la atmósfera. El ozono se compone de tres átomos de oxígeno, y es un compuesto muy reactivo. En la troposfera provoca daños en los tejidos de animales y plantas al ser inhalado o absorbido, aunque a bajas concentraciones puede tener efectos positivos. El aumento de la concentración de ozono en la baja atmósfera, que se está produciendo hoy día en zonas contaminadas del planeta, es perjudicial, y está causando serios problemas de salud pública, además de contribuir al calentamiento terrestre por ser un gas de invernadero.

Sin embargo, el papel del ozono en la estratosfera es muy beneficioso y fundamental, porque filtra la radiación ultravioleta conocida como UV-B. Esta radiación causa daños a los organismos al ser absorbida por diversas moléculas, debido a los cambios físico-químicos que induce en las mismas, lo que resulta perjudicial para la piel y los ojos –quemaduras, cánceres, cataratas–, además de debilitar el sistema inmunológico. Otro efecto importante es el de reducir el rendimiento de las cosechas.

El ozono se forma y se destruye continuamente en la atmósfera, aunque la cantidad de este compuesto en un área determinada de la estratosfera, aún cuando oscila en función de la actividad solar y las estaciones, se mantiene dentro de límites bastante constantes. Pero el equilibrio que existía entre los procesos de formación y destrucción del ozono se ha roto, desde hace unas décadas, a favor de estos últimos, con lo que la capa de ozono está sufriendo desde entonces un desgaste paulatino.

En efecto, el ser humano lleva emitiendo a la atmósfera desde los años 30 del siglo XX –y, de forma masiva, desde mediados de dicho siglo– diversas familias de compuestos caracterizados por tener en sus moléculas átomos de cloro (Cl) y/o de bromo (Br). Muchos de estos compuestos son inertes en la baja atmósfera, pero al llegar a la estratosfera, la radiación ultravioleta del sol los fotoliza –los rompe–, liberando átomos de Cl y/o Br. Estos átomos incrementan enormemente la eficacia de los procesos de destrucción del ozono, lo que provoca el desequilibrio mencionado, y la destrucción de la capa de ozono. Todos hemos oído hablar de los CFC, identificados como los primeros culpables de esta destrucción, pero hay varios tipos más de tales sustancias, como los halones, HCFC, ciertos hidrocarburos halogenados como el bromuro de metilo (BrMe), etc.

Desde 1973 se conoce la capacidad de compuestos como los CFC de destruir el ozono. Para intentar evitar esto, varios países prohibieron su utilización en aerosoles durante la década de los 70. Sin embargo, se encontraron nuevos usos para los CFC –como agentes limpiadores en la industria electrónica, por ejemplo– y la producción aumentó mucho durante los años 80. Igual que ahora, se consideró que ya no había problema tras esta prohibición; además, no se detectaban descensos muy apreciables en la cantidad total de ozono, con lo que la cuestión dejó de ser noticia, si bien sí había alguna medida de fuertes descensos en el ozono antártico. Pero, en 1985, el inesperado descubrimiento del agujero de ozono antártico volvió a traer el tema a la atención general.

Es curioso que donde primero se notó el efecto de los compuestos destructores de la capa de ozono fuera justamente en la parte del mundo donde prácticamente no había ninguna emisión de los mismos. Allí, una combinación de procesos químicos –favorecidos por las bajísimas temperaturas, que posibilitan la formación de nubes estratosféricas polares–, y del aislamiento de las masas de aire antárticas, favorece una acumulación de cloro y bromo activos –en forma de moléculas de cloro (Cl2) y de otros compuestos como el ClOH– durante la noche polar. Al empezar la primavera austral en septiembre-octubre, la luz solar descompone estas moléculas, dando radicales cloro y bromo activos, que producen en pocos días la espectacular destrucción del ozono estratosférico sobre la Antártida conocida como el agujero de ozono. Al avanzar la primavera, el agujero se cierra. Además de este fenómeno se observó una disminución de la cantidad global de ozono –del orden de un 3% cada década– y la aparición de pequeños agujeros en latitudes altas del hemisferio norte.

Los científicos tardaron menos de dos años en ofrecer pruebas claras de los mecanismos de destrucción del ozono antártico y del origen humano de este hecho. Las grandes multinacionales productoras de CFC tardaron varios años más en reconocer la responsabilidad de sus productos y, cuando lo hicieron –después de gastar millones de dólares en intentar demostrar la inocencia de los CFC–, se convirtieron en las primeras defensoras de la capa de ozono, o así lo quisieron presentar. En realidad, lo que hicieron fue sustituir los CFC por compuestos similares (HCFC, HFC), que destruyen la capa de ozono, aunque bastante menos que los CFC en el caso de los primeros, y que, en ambos casos, son potentes gases de invernadero. Las multinacionales siguen apostando fuerte por estos compuestos y despreciando alternativas mucho mejores para el ambiente, ya que necesitan recuperar sus inversiones.

Menos CFC, más agujero

La destrucción de la capa de ozono siguió progresando hasta nuestros días. Las medidas de control y prohibición del uso de los compuestos destructores del ozono, que comenzaron en 1987 con el Protocolo de Montreal, y se fueron endureciendo en la década de los 90 con las sucesivas enmiendas al Protocolo, han evitado probablemente una destrucción masiva de la capa de ozono, con los consiguientes daños a personas y seres vivos en general. Sin embargo, es en estos años que vivimos cuando la erosión de la capa de ozono es mayor; precisamente cuando otros problemas ambientales la han desplazado de los medios de comunicación.

La pérdida de ozono en la Antártida alcanza hasta un 50% como media mensual, y en las latitudes medias la capa de ozono ha perdido el 3% de su ozono (Hemisferio Norte) y hasta el 6% (Hemisferio Sur), con episodios de fuertes pérdidas en la primavera (ver más abajo).

Según el último informe disponible preparado por el Grupo Científico Asesor del Protocolo de Montreal, la máxima acumulación de sustancias destructoras del ozono se alcanzó en la baja atmósfera en 1992-1994, disminuyendo lentamente desde entonces. En la estratosfera se está alcanzando estos años la máxima abundancia de cloro –de ahí la máxima destrucción del ozono–, pero la cantidad de cloro parece haber llegado a un límite. Esto es debido a que tras la liberación de los productos clorados en la superficie de la tierra, son necesarios en torno a 15 años para que una molécula de, por ejemplo, CFC logre abrirse camino hasta la estratosfera, donde se rompe y comienza su labor destructora del ozono.

En contraste, es probable que siga aumentando la cantidad de bromo, procedente básicamente de halones y BrMe. En particular, se sigue haciendo un uso masivo de esta última sustancia, incluso en países como el nuestro (ver cuadro). En las próximas décadas estas cargas de cloro y bromo disminuirán hasta los niveles anteriores a 1980, lo que significará la práctica recuperación de la capa de ozono. Pero esto no ocurrirá hasta mediados de este siglo, y dependerá del cumplimiento estricto de las medidas de prohibición de sustancias destructoras del ozono y del efecto que el cambio climático ejerza, enfriando la estratosfera y aumentando por ello la probabilidad de formación de nubes estratosféricas polares y de eliminación del ozono.

Mientras tanto, tendremos que enfrentarnos a episodios de gran erosión de la capa de ozono en lugares densamente poblados, como ocurrió en marzo de este año, cuando las bajas temperaturas en el Ártico a la altura de la capa de ozono –probablemente favorecidas por el cambio climático–, dieron lugar a pérdidas del 30% del total del ozono. Estas masas de aire polar pobres en ozono alcanzaron hasta el sur de Italia, aumentando la radiación UV y el consiguiente riesgo.

Según el panel científico asesor antes mencionado, aún cuando se dejaran de emitir todos los compuestos de origen industrial que destruyen el ozono, se estima que sólo se adelantaría 10 años la recuperación de la capa de ozono. Pero teniendo en cuenta los efectos beneficiosos para la salud pública, la agricultura y los ecosistemas de este adelanto limitado de la reparación de la capa de ozono, una prohibición radical de uso sería positiva. Además, existen alternativas factibles en todos los usos significativos de los compuestos que destruyen la capa de ozono.

El bromuro de metilo se sigue usando en España
Juan Carlos Pérez Montero y redacción

El BrMe es un pesticida que se aplica fundamentalmente en la fumigación de suelos cultivados, en la prevención de plagas y enfermedades vegetales en los productos agrarios y maderas de importación, así como para la desinfección de locales y museos. Además de ser uno de los pesticidas más tóxicos del mundo, tiene un grave efecto en la destrucción de la capa de ozono. Por ello, el BrMe está regulado por el Protocolo de Montreal, que estableció la congelación de su consumo para los países desarrollados desde 1995 y su supresión a partir del 1 de enero de 2005 (ver El Ecologista 18. pág. 45-49).

Sin embargo el Protocolo prevé una excepcionalidad para usos críticos agrícolas, siempre y cuando se demuestre que no hay alternativas viables. Sobre esta base, el Gobierno español viene solicitando prórrogas para permitir el uso del BrMe en cultivos como el pimiento de invernadero, la fresa o la flor cortada. Ecologistas en Acción ha solicitado al Ministerio de Medio Ambiente que desarrolle y difunda alternativas válidas como la biofumigación, donde la incorporación de materia orgánica y su descomposición hacen que se eliminen parte de los patógenos e insectos dañinos, así como el establecimiento de organismos beneficiosos que ayudan al agricultor a realizar un control biológico y sin pesticidas. Este tipo de opciones, antes que otras alternativas químicas que ocasionarían nuevos problemas, serían las deseables.

Además, los cultivos mencionados son exponentes de un modelo de agricultura intensiva, donde el uso masivo de pesticidas y plásticos para aumentar la precocidad y producción y la repetición del cultivo en el mismo suelo año tras año, suponen graves impactos. Quizá lo que realmente necesita una alternativa es el actual modelo agrícola.

Por otro lado, Bruselas ha emprendido acciones legales contra España por incumplir el Reglamento de la UE sobre las sustancias que agotan la capa de ozono (CE 2037/2000). Esta norma exige que se garantice la recuperación, reciclado, regeneración y eliminación de las sustancias que dañan el ozono, así como que se evite su escape a la atmósfera.