Desde que en 1972, en la Conferencia de Estocolmo, tuviera lugar el primer reconocimiento internacional sobre la gravedad de los problemas ambientales y se empezara a hablar de la educación ambiental como herramienta de apoyo a la búsqueda de soluciones a los mismos ¿qué ha ocurrido?

Cada vez sabemos más de los problemas ambientales y sus causas. La insostenibilidad de nuestro modelo de vida es reconocida en todos los foros, se asume que la resolución de dichos problemas requiere tener en cuenta instrumentos normativos, técnicos, de planificación y prevención, pero sobre todo, se hace hincapié en el principio de corresponsabilidad. Es decir, aunque todos no tengamos el mismo grado de responsabilidad en la causa de los problemas, se requiere una implicación individual y colectiva en la búsqueda de soluciones. Sin embargo, todos los informes sobre “la situación del mundo” señalan que “las cosas van a peor” y que por un lado van los discursos y por otro los hechos.

Los inicios: ilusión, frescura, voluntarismo, reivindicación

En nuestro país los primeros programas y actividades de educación ambiental se producen en los años 70 coincidiendo con la transición democrática, con una ebullición de movimientos de renovación pedagógica que aportaban una gran dosis de ilusión. Los programas educativos iban ligados al “conocimiento en contacto con la naturaleza”–granjas escuela, itinerarios–, pero también a la reivindicación relacionada con el movimiento antinuclear, la contaminación de los ríos, etc. En definitiva, existía una gran dosis de voluntarismo y de “querer cambiar el mundo”.

Una muestra: en las Segundas Jornadas de Educación Ambiental, celebradas en 1987 en Valsaín, la mayor parte de los participantes íbamos con nuestras pegatinas que decían algo así como “No al Mausoleo de la Naturaleza”, en oposición a este gran edificio de educación ambiental –el CENEAM– que se inauguraba y que contrastaba con la carencia de medios con los que se contaba en la mayoría de las comunidades autónomas. Creíamos en la educación ambiental como herramienta de cambio y no nos importaba mostrar nuestra opinión ante las autoridades.

En uno de los discursos de inauguración, Jaume Terradas afirmaba: “me gustaría dejar atrás las definiciones, las declaraciones de principios, la complacencia en lo bien que se lo pasan los niños. Me gustaría que los debates se centrasen en problemas reales, concretos y en cómo superarlos”. Y realmente supusieron para muchos de nosotros y nosotras un momento de reflexión sobre aspectos que hoy siguen vigentes: la necesidad de que la educación ambiental supere el ámbito escolar, que abarque no sólo el medio natural, que se relacione con la gestión, que realmente sea una herramienta de apoyo en la capacitación para la búsqueda de solución a los problemas.

Institucionalización y separación de la gestión

Desde 1987, en la perspectiva de los que todavía creemos que es posible un mundo diferente, vemos luces y sombras que intentaré plasmar a la luz de la experiencia de estos últimos años. Hoy en día, casi todos los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas tienen sus programas de educación ambiental. También hay muchas más empresas, fundaciones, consultings etc. que ofertan servicios de educación ambiental y que prestan servicios a los programas que realizan las instituciones, bajo las directrices de éstas.

En definitiva, en la actualidad, la educación ambiental está muy institucionalizada y la mayoría de los programas se realizan mediante contratos de servicios, convenios o subvenciones con diferentes empresas. Estas empresas deben cuidar lo que dicen y hacen públicamente, ya que corren el riesgo de que no les renueven la subvención o el convenio de colaboración. Quizá ésta sea la razón por la que, frente a la actitud que antes comentaba de Valsaín, en la inauguración de las Jornadas de Educación Ambiental de Pamplona, ante la presencia de un grupo ecologista que protestaba por la presa de Itoiz, o en las Jornadas de Aragón, ante las protestas por el trasvase y los pantanos, no hubiese ese sentimiento de implicación con los ecologistas allí presentes. Frases como “no es el momento” nos hacían sentir, a una parte, que algo había cambiado en el colectivo de educadores ambientales.

Dicen que un ejemplo vale más que mil palabras. Sin embargo, en la mayoría de las administraciones no se lleva a la práctica lo que predican para el resto, ni siquiera con asuntos tan poco conflictivos como el reciclaje del papel. Sigue sin entenderse la función de la educación ambiental. Por un lado, van los programas de política y gestión ambiental, y por otro, los de educación, sobre todo con escolares. Todavía no se asume que se trata de centrarse en problemas concretos, reales y ver cómo superarlos y que en ese marco la educación ambiental tiene instrumentos de información, comunicación, formación, participación, capacitación en el dialogo, consenso, etc. que junto con otros planes de acción pueden ayudar en el camino de la búsqueda de soluciones.

Otro grave problema de la educación ambiental es que, puesto que no hay una titulación ni un perfil establecidos, todo el mundo vale y se le puede pagar cualquier cosa. Esto redunda en falta de cualificación, precariedad laboral y origina una renovación continua de personas, perdiéndose experiencia acumulada, aspectos que repercuten en la calidad de las actuaciones.

Algunos elementos para la reflexión

Detrás de cada problema ambiental existe un modelo de producción y consumo respaldado por unos intereses económicos muy fuertes que no van a renunciar fácilmente a sus privilegios. Se necesita romper el circulo vicioso de la impotencia pero para ello hay que ir haciendo posible un pensamiento colectivo en el que “se quiera”, “se vea posible” y “se confíe” en que es posible cambiar los modelos de planificación del territorio, de producción, de consumo. Y ello requiere:

  • educadores ambientales con formación pero también con ideología, y no sólo desde la teoría sino también desde la acción y la implicación individual y colectiva;
  • profundizar sobre los conflictos de intereses que existen detrás de cada problema, las causas que los provocan, los intereses que encubren… e intentar que las personas vayamos creando nuestra propia opinión sobre las consecuencias de nuestras decisiones;
  • recopilar las experiencias innovadoras, aquellas que han supuesto un avance en la resolución de los problemas o en el cambio de actitudes;
  • crear redes de trabajo colectivo para poner en común, para investigar y para sentirse más fuertes sin desanimarse en el camino;
  • trabajar en el reconocimiento de la profesión y de la formación necesaria para garantizar la calidad de los programas y unas condiciones laborales dignas.

La educación ambiental sola no resolverá ningún problema ambiental, pero puede ayudar si trabaja junto a otros muchos sectores en la búsqueda de soluciones a los problemas, en la puesta en marcha de nuevos escenarios, y potenciando la necesidad del compromiso individual y colectivo en la acción. De lo contrario, cumplirá un papel de escaparate publicitario.

Olga Conde. El Ecologista nº 41