¿Pueden proporcionarse objetivos cuantitativos en cuanto a la reducción del excesivo espacio ambiental que hoy ocupan los sistemas socioeconómicos humanos? En mi opinión, se puede y se debe hacerlo. El movimiento de autolimitación sin el cual “desarrollo sostenible” sólo es una expresión huera debe traducirse en objetivos concretos, con plazos y magnitudes cuantificadas.

Jorge Riechmann, Profesor titular de filosofía moral en la Universidad de Barcelona, investigador de ISTAS/ CC.OO., afiliado a Ecologistas en Acción, miembro del Consejo de Greenpeace. Revista El Ecologista nº 40. Verano 2004.

¿Pueden proporcionarse objetivos cuantitativos en cuanto a la reducción del excesivo espacio ambiental que hoy ocupan los sistemas socioeconómicos humanos? En mi opinión, se puede y se debe hacerlo. El movimiento de autolimitación [1] sin el cual “desarrollo sostenible” sólo es una expresión huera debe traducirse en objetivos concretos, con plazos y magnitudes cuantificadas. Estos objetivos, sin embargo, no pueden establecerlos científicos, expertos o tecnócratas: la ciencia y el conocimiento experto tienen sin duda que proporcionar orientaciones al respecto, pero el establecimiento de objetivos de autolimitación es una cuestión ético-política que ha de ser decidida democráticamente por la sociedad, y luego traducida a nuevas leyes y prácticas institucionales.

Dicho lo cual, puede ser de interés avanzar una propuesta. La mía la denomino 3 x 50% (tres veces cincuenta por ciento). Se trataría de autolimitar el abuso de espacio ambiental por parte de las economías industriales (y de los seres humanos en relación con los demás seres vivos), lo cual necesariamente debe traducirse en reducciones en el consumo de materias primas, energía y territorio. Me adhiero así a la propuesta de Joachim H. Spangenberg y Odile Bonniot para caracterizar el uso del espacio ambiental, en su dimensión biofísica, mediante la cuantificación del flujo (“transumo” o throughput) de energía, materiales y tierra, computando para ello los insumos [2].

Puesto que estamos hablando de cambios estructurales profundos, los plazos deben ser realistas, a la vez que ajustados a la gravedad y urgencia de los peligros a los que hacemos frente: cincuenta años parece un horizonte temporal apropiado. Mi propuesta –que creo ajustada al mejor conocimiento científico disponible hoy– es la siguiente: en cincuenta años, y respecto a los niveles de 1990 (que son ya la referencia establecida para la mayoría de los acuerdos ambientales internacionales, como por ejemplo el Protocolo de Kioto contra el cambio climático), a nivel mundial hemos de conseguir:
a. Reducción del 50 % en el uso de energía no renovable
b. Reducción del 50 % en el uso de materiales
c. Reducción del 50 % en el uso de la tierra (territorio, biodiversidad, etc.)

¿De dónde estas cifras? La reducción del 50 % en el uso de energía no renovable está de acuerdo con las recomendaciones del IPCC, el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático –que agrupa a casi todos los científicos del mundo que tienen algo que decir en materia de clima–, para contener los terribles daños que se derivarían de un rápido aumento de la temperatura promedio del planeta (a causa de la acumulación en la atmósfera de gases de “efecto invernadero” resultantes de la actividad humana, especialmente el uso de combustibles fósiles).

La reducción del 50 % en el uso de materiales proviene de diversos estudios del prestigioso Instituto Wuppertal en los años noventa del siglo XX, probablemente el centro de investigación mundial que más seriamente ha abordado estas cuestiones. En cuanto a la reducción del 50 % en el uso de la tierra, se trata del principio de mitad y mitad que he argumentado con cierto detalle en el capítulo 6 de Todos los animales somos hermanos [3]. Parece obvio, por otra parte, que el lema “en cincuenta años, tres veces cincuenta por ciento” resulta claro y pregnante, fácil de comprender, memorizar y difundir…

Si tenemos en cuenta la distribución horriblemente desigual del consumo de recursos naturales que hoy prevalece, e incorporamos la dimensión de justicia ecológica en nuestros objetivos (según el “principio de partes iguales” que defendí en el capítulo antes mencionado: iguales porciones de espacio ambiental para cada ser humano, en el presente y en el futuro) [4], entonces los objetivos son más ambiciosos todavía. Para la UE, la reducción en el consumo de energía no renovable tendría que ser del 75 % (“factor 4”) y la reducción en el consumo de materiales del 90 % (“factor 10”). Con reducciones equivalentes en los demás países del Norte, eso supondría, para el Sur, poder aumentar al doble su consumo de recursos (con respecto a los niveles de 1990) [5].

No basta para lograr estos objetivos ambiciosos el mero desacoplamiento en relación con el crecimiento del PIB (ecoeficiencia): hace falta una transformación social profunda –nuevas formas de trabajar, producir y consumir–, desarrollando toda una cultura de la suficiencia.

O nos apretamos el cinturón (lo cual tiene su lado bueno en una época en que las sociedades ricas padecen una epidemia de sobrepeso), o lo empleamos para ahorcar a quienes definiremos como nuestros enemigos, y que son seres humanos como nosotros, excepto que han tenido la mala suerte de nacer en el lugar equivocado [6]. Ésa es, por desgracia, la opción real a la que hacemos frente en nuestro “mundo lleno” en términos ecológicos [7].

[1] Le he dedicado mi “trilogía de la autocontención”: Un mundo vulnerable, Los Libros de la Catarata, Madrid 2000; Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada 2003; Gente que no quiere viajar a Marte, Los Libros de la Catarata, Madrid 2004.

[2] J. H. SPANGENBERG Y O. BONNIOT: “Sustainability indicators: A compass on the road towards sustainability”, Wuppertal Paper 81, feb 1998, p. 11.

[3] J. RIECHMANN, “Mitad y mitad: tres principios básicos de justicia ecológica”, capítulo 6 de Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada 2003. Para hacerlo plausible, cabe observar que la creación en nuestro país de la red Natura 2000, a consecuencia de la aplicación de la Directiva Hábitats, ha de triplicar la superficie protegida, alcanzando casi el 24% del territorio. Un país donde la cuarta parte del territorio estuviese legalmente protegido, mientras que en las tres cuartas partes restantes, y especialmente en las superficies agrícolas, se aplicasen criterios ecomiméticos de sustentabilidad, se hallaría probablemente en una situación de “mitad y mitad”.

[4] J. RIECHMANN, Todos los animales somos hermanos, Universidad de Granada 2003, p. 210-212.

[5] J. Spangenberg y O. Bonniot: op. cit (nota 3), p. 13.

[6] Al respecto, dos libros clave: CARL AMERY, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner/ FCE, Madrid 2002. Y SUSAN GEORGE, El informe Lugano, Icaria, Barcelona 2001.

[7] Ha sido el economista ecológico Herman E. Daly quien más lúcidamente ha argumentado que ya no nos encontramos en una “economía del mundo vacío”, sino en un “mundo lleno” o saturado en términos ecológicos (porque los sistemas socioeconómicos humanos han crecido demasiado en relación con la biosfera que los contiene): Véase p. ej. DALY y J. B. COBB, Para el bien común, FCE, México 1993, p. 218.