Como en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, la suave melodía acompañaba la espera de los invitados. El salón de FICOBA, en Irun, estaba a puno de ser escenario de un nuevo intento: algo había fallado en Urnieta, donde miles de personas rechazaron una incineradora, pero esta vez todo debería salir bien.

Patxi Coira, Ezker Batua – IU del País Vasco. Revista El Ecologista nº 40. Verano 2004.

Como en “Alguien voló sobre el nido del cuco”, la suave melodía acompañaba la espera de los invitados. El salón de FICOBA, en Irun, estaba a puno de ser escenario de un nuevo intento: algo había fallado en Urnieta, donde miles de personas rechazaron una incineradora, pero esta vez todo debería salir bien. Un bucle con imágenes recorría países por todo el globo: Suiza, Japón, Alemania, Mónaco, Dinamarca, las imágenes se acercaban geográficamente desde la lejana Baltimore hasta Tarragona y, por último, Zaldunborda: Irun, Gipuzkoa, una nueva planta a punto de nacer.

El bucle de imágenes volvía incansablemente a recordarnos que las instalaciones estaban en todos los países modernos del mundo, edificios singulares, en idílicos parajes o formando parte de la arquitectura de la mismísima ciudad. Mientras, en el exterior, una manifestación de vecinos coreaba a gritos un no rotundo a la incineradora.

Se desgranaron las virtudes una a una. El estudio de impacto ambiental no deja dudas: la incineración no contamina, es más, se trata de un sumidero de dioxinas, porque las destruye. Es decir, vivimos en un caldo tóxico del que podemos salvarnos gracias a las incineradoras. La incineración es el método del residuo cero, la panacea, todo lo convierte en aprovechable y aprovechado, la basura en energía, las escorias en relleno, los gases en una nube inocua, solo un 3% de cenizas se depositan en un vertedero controlado. La seguridad es total, no hay accidentes, se mide en continuo, los datos son públicos, si durante dos segundos se quema a 850ºC el proceso es genial.

Poco antes de lobotomizarnos surgen algunas dudas, es normal que la población dude, pero que a nadie le tiemble el pulso. Todo esta previsto, colocar nuevas incineradoras en Cataluña, Asturias o Andalucía sólo es cuestión de tiempo y valentía. En Gipuzkoa están proyectadas dos y la de Bizkaia se inaugura ahora.

La lobotomía o anulación de algunas capacidades cerebrales por intervención quirúrgica es, en mi opinión, la figura que más se aproxima a la extraña sensación que produce una campaña proincineración. Es una lobotomía mediática: se extirpa de los medios cualquier comunicación, expresión o ejercicio crítico que siembre la duda u ofrezca alternativas a la incineración de residuos urbanos.

El Diario Vasco, de Vocento, el medio con más penetración en Gipuzkoa, ha publicado en estos meses más de diez artículos de opinión favorables a la incineración y sólo uno en contra. Si se miden los espacios dedicados a las plataformas ciudadanas, partido político (sólo se opone Ezker Batua) y asociaciones de médicos y sindicatos contrarios a la incineración, se llega a la conclusión de que es infinitamente menor que el espacio dedicado a convencer a la población de que la única salida posible es el horno crematorio.

Pero incinerar significa aumentar nuestra huella ecológica insosteniblemente. América produce 3 kilos de basura por persona y día, Europa dos, la media del Estado español es más de un kilo. Si queremos aumentar nuestro grado de bienestar, debemos aumentar nuestras basuras, a mayor cantidad de residuos, mayor calidad de vida y, por supuesto, también debemos incinerar.

Reducir, reutilizar, reciclar o recoger selectivamente es competir directamente con el sistema incinerador. La apuesta por la incineración en masa es incompatible con la de las tres erres. No tiene sentido recoger separadamente papel, cartón, envases o aceites, si son precisamente los materiales que mejor arden y más valorizables energéticamente. Es lo que piensan muchos técnicos que apuestan claramente por la incineración o por el reciclaje, pues hacerlo por los dos métodos les parece un sinsentido. De la misma manera tampoco tiene sentido quemar basura en masa sin seleccionarla, cuando ya existen métodos y plantas para separar hasta lo que viene mezclado. Quemar materia orgánica húmeda, cuando la pérdida de suelo y su acidificación es uno de los problemas mayores de la humanidad, sólo tiene sentido desde la conciencia fragmentaria, aquella que considera el metabolismo urbano y la ciudad como un ser aparte y ajeno a la biosfera.

Pero la lobotomía continúa y manifestarse contrario a la incineración es tachado de obsoleto, ignorante, demagogo, insolidario… Por si la censura mediática fuera insuficiente, la preventiva descalificación hacia los colectivos que creemos que otro mundo es posible es contundentemente ejercida por una clase política que cree firmemente en la tecnocracia.

También yo pertenezco en estos momentos a esa misma clase política que aspira al consenso total proincinerador mientras se aleja de una sociedad civil desengañada. No por ello voy a renunciar a entender la ecología urbana desde el holismo, desde el conflicto ambiental de la biosfera y la tecnosfera que sólo será resuelto imitando a los sistemas naturales en sus ciclos. Dicho de forma sencilla: el árbol no quema sus hojas, las composta y transforma en nutrientes.

En Gipuzkoa un movimiento ciudadano cada vez mayor rechaza la incineración. Ezker Batua lo apoya incondicionalmente, entre otras cosas porque no queremos echar a la hoguera décadas de lucha del movimiento ecologista vasco.