Necesitamos un decrecimiento controlado democráticamente.

Jesús M. Castillo [1]. Revista El Ecologista nº 80.

Nos encontramos inmersos en una crisis ecológica de dimensiones planetarias, cuya causa principal es el modelo económico capitalista. Frente a esta crisis se hace necesario impulsar desde los países enriquecidos un decrecimiento que mejore la calidad de vida de la mayoría de la población, también como salida a la crisis económica para la clase trabajadora. Un decrecimiento que disminuya la tasa de extracción de recursos naturales, que mejore su gestión, que disminuya ciertos consumos y la producción de residuos y emisiones.

Gobiernos y grandes empresarios desarrollan un terrorismo ambiental que degrada la vida de millones de personas. Al mismo tiempo, la crisis económica que comenzó en 2008 nos muestra que no nos vale cualquier tipo de decrecimiento. El decrecimiento capitalista significa crisis y sufrimiento para los más débiles. Necesitamos un decrecimiento controlado democráticamente. La conservación ambiental es cada día más un futuro de lucha de clases, lo que se ilustra a la perfección con lo sucedido en Sídney (Australia) en los años setenta. Los trabajadores de la construcción, que venían de una serie de huelgas que habían mejorado sus condiciones laborales, se unieron a las peticiones de vecinos y ecologistas para salvar barrios populares enteros, zonas verdes y edificios históricos. Nacieron las “prohibiciones verdes” (green bans, en inglés): plantillas llenas de confianza en la acción colectiva se negaron a construir grandes edificios para ganancia de los especuladores inmobiliarios en detrimento de la ciudadanía.

La mayor parte de los impactos socio-ambientales se dan directamente en el proceso productivo (desde la extracción de los recursos hasta su comercialización) y no en el consumo. En nuestros hogares solo consumimos el 10% del agua y la energía, y generamos el 10% de los residuos. Debemos reducir, reutilizar y reciclar en nuestros centros de trabajo, donde consumimos más agua, energía y generamos más residuos, es decir, decrecer desde el curre. Y para que esto sea posible no podemos permitirnos que unos pocos decidan en función de sus propios intereses. Debemos poner en marcha salidas alternativas a la crisis económica que repartan las riquezas al mismo tiempo que incorporamos propuestas decrecentistas para vivir mejor.

Al mismo tiempo que los capitalistas ganan dinero con el desarrollo insostenible son los que sufren menos las consecuencias de la degradación ambiental, y, además, suelen hacer negocio con esta misma degradación ambiental. Por lo tanto, si es en la producción donde se concentran la mayor parte de los impactos socio-ambientales y quien controla esa producción se debe al crecimiento continuo y acelerado que provoca una degradación ambiental que le afecta poco y que, incluso, le proporciona beneficios, la senda del decrecimiento debe conllevar una mayor gestión desde abajo de la producción. Son necesarios sindicatos asamblearios y combativos que, a la vez que mejoran las condiciones laborales, tengan presente la lucha ecologista.

¿Cómo decrecer desde el curro?

Sin duda, la aprobación de normativa ambiental, desde el nivel local al internacional, unida a una vigilancia efectiva de su cumplimiento, puede construir decrecimiento. En todo caso, las conquistas legislativas están sujetas al vaivén de gobiernos y chocan con las limitaciones de fondo del actual sistema democrático.

La acción de las plantillas por una producción responsable puede desarrollarse en varios niveles: desde actuaciones para mejorar determinados aspectos del proceso productivo a la autogestión o un fuerte control asambleario de la actividad productiva. Normalmente, las plantillas empezarán reivindicando mejoras concretas, y si las consiguen ganarán confianza para ir desarrollando reivindicaciones más ambiciosas.

La historia nos enseña que las reivindicaciones ambientales en los centros de trabajo no vienen solas, sino que suelen acompañar a otras de índole salarial, de reducción de jornada y de seguridad laboral. Además, suelen ser reivindicaciones ambientales que exigen mejoras en la calidad del entorno laboral y que pueden, o no, extenderse al entorno general. Por esto, es importante que la visión ecologista y decrecentista esté siempre presente en las luchas laborales, y ambas se sumen y se potencien entre sí. El ganar la lucha por una reivindicación, por ejemplo salarial, aunque parezca que no tiene relación con el avance decrecentista, sí puede tenerlo pues la plantilla tomará conciencia de su capacidad para cambiar las cosas y esto podrá llevarle a exigir mejoras ambientales.

Las reivindicaciones decrecentistas pueden enfocarse a multitud de aspectos del proceso productivo. Al ser la plantilla la que lleva a cabo la producción, conoce mejor que nadie el origen de los impactos y cómo evitarlos o reducir su intensidad y/o frecuencia. Existen tantas reivindicaciones decrecentistas en los centros de trabajo como procesos productivos. Sin embargo, algunas son generales y pueden aplicarse a muchos centros de trabajo. En general, detrás de estas medidas está la filosofía de las Tres Erres del movimiento ecologista: Reducir, Reutilizar y Reciclar.

Por ejemplo, en un edificio de oficinas, podríamos reducir el consumo de electricidad colocando bombillas de bajo consumo, apagando todas las luces durante la noche y haciendo un uso adecuado de la climatización; podríamos reutilizar, tras pequeños arreglos, los muebles o los equipos informáticos; instaurar un sistema de recogida selectiva de papel y otros residuos para su reciclado; prohibir la venta de botellitas de agua (y otros productos nada sostenibles e insalubres); organizar el transporte colectivo de las plantillas en planes de movilidad; servir comida ecológica en los comedores de empresa, etc. Posiblemente, en un año habremos ahorrado más energía y recursos naturales que durante toda la vida del personal en sus hogares.

Este tipo de propuestas desde la plantilla pueden incorporarse a planes de reducción de emisiones contaminantes y de gestión energética y de recursos y residuos e, incluso, a convenios colectivos que reconozcan la participación de la plantilla en materia ambiental, a poder ser a través de propuestas vinculantes. Estas mejoras de la producción van en la línea de lo que se conoce como “buenas prácticas empresariales”.

A la hora de poner en marcha las Tres Erres en los centros de trabajo, la plantilla deberá estar muy atenta para evitar que su crecimiento contribuya a aumentar la precariedad laboral (por ejemplo, recoger los residuos clasificados para su reciclado conlleva más tiempo de trabajo para el personal de limpieza) y también habrá que vigilar las consecuencias de nuevas prácticas decrecentistas más allá de las condiciones laborales y de la propia medida a desarrollar. Por ejemplo, la modernización del riego en Andalucía ha llevado a un ahorro considerable de agua por hectárea. Sin embargo, han aumentado las hectáreas en regadío por lo que no ha habido decrecimiento en el uso del agua y, además, ha aumentado el consumo energético para bombear el agua. Y es que, si realmente el objetivo es decrecer, habrá que tomar las medidas oportunas para que lo que se decrece por un lado no se crezca por otro, lo que conllevará habitualmente procesos integrales de análisis y coordinación complejos.

Conforme la autoconfianza de la plantilla vaya creciendo, en paralelo a su nivel de organización, podremos plantear objetivos decrecentistas más ambiciosos. Por ejemplo, podemos exigir trabajar menos cobrando lo mismo y así producir menos. En esta misma línea va la necesidad de reparto del trabajo en un contexto de escasez del mismo. Por otro lado, los centros de trabajo abren grandes posibilidades de socializar el trabajo de cuidados al concentrar en un lugar concreto a muchas personas. Así, la puesta en marcha de guarderías, centros para mayores, comedores, etc. en los centros de trabajo permite luchar contra la opresión de la mujer a la vez que avanzamos en el decrecimiento. Por ejemplo, un comedor popular bien gestionado utiliza menos energía y materias primas por ración de comida que el cocinar en los hogares.

Prohibiciones verdes y más allá

Conforme avance la cuota de poder en la gestión por parte de las plantillas, estas podrán plantearse objetivos tan ambiciosos como las “prohibiciones verdes”. Por ejemplo, necesitamos prohibiciones verdes que frenen, desde los centros de trabajo, toda obsolescencia programada. En este sentido, muchos de los impactos socio-ambientales que se dan directamente en el consumo final están determinados por el proceso productivo, de manera que es ahí, en la misma producción, donde podemos evitarlos.

Las prohibiciones verdes no conllevan la propiedad de los medios de producción por parte de las plantillas, aunque sí un peso específico muy fuerte en la toma de decisiones productivas. Otra alternativa es la ocupación y gestión directa de centros de trabajo, incluyendo tierras en el caso de los sectores extractivos y agropecuario. La historia de ocupaciones de fábricas tiene un largo recorrido, destacando la ola de ocupaciones fabriles en los años veinte en Italia y en Francia, así como en Estados Unidos en plena crisis de los treinta, en Francia en 1968, en Inglaterra en los setenta, o en Argentina en 2001. Sin embargo, las ocupaciones de centros de trabajo no se han destacado por sus reivindicaciones ecologistas. Aunque siempre hay excepciones, como la ocupación de la fábrica de aerogeneradores de la empresa Vestas en Inglaterra en 2009 por más de treinta trabajadores como protesta al anuncio de su cierre y con el apoyo del movimiento ecologista, exigiendo un impuso decidido de las energías renovables y la creación de empleos verdes.

Por otro lado, la gestión directa de la producción por parte del personal organizado en cooperativas facilita el transformar las ganancias de productividad en reducción del tiempo de trabajo y en creación de empleo, así como modernizar la producción en favor de los intereses de la plantilla y su entorno. Además, la gestión cooperativa da un mayor margen para escoger los mercados de venta, aunque esta elección está muy restringida en sectores muy especializados. Desde el punto de vista del decrecimiento interesa darle salida a la producción en mercados locales e, igualmente, utilizar materias primas extraídas en zonas próximas, para lo que conviene crear vínculos estables con consumidores y productores locales.

Ya estemos actuando con medidas modestas pactadas con la empresa, mediante prohibiciones verdes o autogestionando el centro de trabajo, siempre encontraremos las limitaciones que impone la competencia capitalista. Estas limitaciones vienen, en último término, a hacer desaparecer o reducir a la mínima expresión aquellos proyectos no competitivos. Podemos intentar esquivar los efectos de la competencia con medidas muy variadas como la innovación, pero realmente lo que estaremos haciendo es intentando ser más competitivos, aunque esa mayor competitividad esté basada en un producto social y ambientalmente responsable. Si las prácticas decrecentistas se extienden de forma más o menos generalizada por un territorio y un sector determinado estaremos esquivando parcialmente la competencia, en mayor grado conforme más sean las empresas y mayor sea el territorio afectado. Esto nos da una idea de la necesidad de coordinación entre diferentes centros de trabajo.

Pero, realmente, el modo en que iremos acabando con los efectos insostenibles de la competencia será en el camino de superación del capitalismo, cuando irán surgiendo nuevos empleos y sectores productivos, por ejemplo, relacionados con empleos verdes, los cuidados y el desarrollo del conocimiento, cubriendo muchas necesidades sociales ahora insatisfechas. En este camino anticapitalista debemos ir planteando también un decrecimiento organizativo en determinados aspectos productivos, como puede ser la división y especialización en el trabajo. En este horizonte de aumento del control ciudadano de la producción es muy importante el diseño urbanístico y la ordenación del territorio.

La agresividad de un sistema capitalista demasiado maduro, insostenible social y ambientalmente, no deja otra posibilidad para la mayoría de la humanidad que luchar si quiere vivir dignamente. Hagamos que esas luchas estén impregnadas de la filosofía y la práctica decrecentistas. Reforcemos los puentes entre el movimiento ecologista y el de los y las trabajadoras desde las bases y durante las luchas de ahora y las que, sí o sí, están por venir.

Notas

[1] activista anticapitalista de En lucha, profesor de Ecología y delegado sindical del Sindicato Andaluz de Trabajadores/as (SAT) en la Universidad de Sevilla. Autor de los libros Trabajadores y Medio Ambiente y Migraciones Ambientales