En enero de 2016 se cumplen 50 años de la contaminación por plutonio de los terrenos de Palomares, en Almería, por la caída accidental de varias bombas atómicas estadounidenses en unas maniobras militares. Durante este tiempo la presión ecologista ha sido clave para avanzar hacia una solución definitiva del problema, que ahora parece más probable y cercana que nunca.

Francisco Castejón, José Ignacio Domínguez e Igor Parra, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 87.

El 17 de enero de 2016 se cumplen 50 años desde que un bombardero estratégico norteamericano B-52 colisionó con el avión nodriza de tipo KC-135 que lo abastecía de combustible, sobre el pueblo de Palomares, una pedanía de Cuevas del Almanzora (Almería). Esta maniobra era necesaria en el contexto de la guerra fría para mantener la capacidad de destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés, que también significa loco). Estos aviones permanecían volando de forma ininterrumpida para poder responder a un hipotético ataque preventivo de la URSS con un bombardeo nuclear suficiente para destrozar el país. De esta manera se mantenía una capacidad disuasoria. Se puede decir por tanto que la contaminación de Palomares es un residuo de la Guerra Fría.

Durante la maniobra de repostaje ambos aviones chocaron y se incendiaron. Cuatro de los siete miembros de la tripulación del B-52 pudieron saltar en paracaídas y los otros tres murieron, al igual que los cuatro miembros de la tripulación del avión nodriza. El avión B-52 portaba cuatro bombas termonucleares de 1 megatón cada una (una potencia destructiva equivalente a unas 70 veces la de Hiroshima y Nagasaki). Estas bombas cayeron al suelo sin estar armadas, por lo que no se produjo una explosión nuclear, afortunadamente.

Una de las bombas cayó al mar, a unas cinco millas de la costa, otra vio su caída frenada por el paracaídas, pero las otras dos impactaron contra el suelo. Tras el impacto, explotó su explosivo convencional, desperdigando el plutonio que contenían por el suelo y en forma de aerosol, que acabó también por posarse en el suelo, incluso lejos de las zonas de impacto. El ejército de EE UU estaba más preocupado por recuperar las bombas íntegras que por la descontaminación. Las labores de búsqueda de la bomba caída en el mar involucraron a unos 12.000 hombres durante casi tres meses. Finalmente la encontraron con la ayuda de Francisco Simó, Paco el de la Bomba, que la había visto caer.

El baño de Fraga

Como nota folclórica hay que consignar el baño de Fraga y del embajador norteamericano, con sus famosos meybas. Ellos debían saber que lo peligroso no era bañarse en el mar, que entonces no estaba contaminado, sino revolcarse en la arena de Palomares. El franquismo se aprovechó de la nota folclórica de Fraga y de Paco el de la Bomba para envolver en una cortina de humo los problemas que para la población y el medio ambiente suponía el suceso: no se evacuó a la población ni se la avisó del peligro a pesar de la radiactividad, no se les indemnizó ni se les instruyó sobre cómo deberían comportarse en el futuro.

En las operaciones de descontaminación, los militares norteamericanos se llevaron 1.500 toneladas de tierra, que se embarcaron y se depositaron en Aiken, al Sur de California. La descontaminación no fue completa, ni mucho menos, y además aquellos hombres excavaron al menos dos trincheras, donde depositaron materiales a su vez contaminados que quedaron en Palomares. En la zona existe el rumor de que hay un tercer enterramiento en algún lugar cercano. Las autoridades norteamericanas expidieron documentos que hicieron firmar a los vecinos, según los cuales renunciaban a cualquier reclamación. La Junta de Energía Nuclear [1] colocó medidores de radiactividad y firmó un contrato con EE UU para realizar un seguimiento de la contaminación y sus efectos: era el conocido como Proyecto Indalo, que continuó hasta 2009 y cuyos resultados eran secretos.

Nada menos que 50 años

Desde aquel momento hasta el año 2004, los sucesivos gobiernos españoles no hicieron nada para que se descontaminara la zona, más preocupados por no molestar al amigo americano que por la salud de los habitantes de Palomares y por su desarrollo [2]. De hecho, estos gobiernos dejaron pasar varias negociaciones bilaterales claves para la política exterior de EE UU, en los que la limpieza de Palomares podría haberse puesto en un platillo de la balanza. En estos acuerdos España aparecía siempre en una posición subordinada y a menudo contaban con la oposición de importantes sectores de la población: desde los acuerdos de construcción y uso de las bases americanas, pasando por su uso limitado tras el referéndum de la OTAN, o las dos guerras de Irak, hasta el acuerdo del escudo antimisiles o el uso de la base de Morón. Ni siquiera se propuso como compensación la descontaminación de Palomares en las diferentes negociaciones.

En concreto, en las discusiones sobre el escudo antimisiles de la base de Rota, Zapatero se negó a incluir Palomares en la negociación y en las conversaciones del despliegue en la de Morón, Morenés dijo: “bastantes problema tiene España como para plantear nuevos”. La excusa de mal pagador de que la limpieza de Palomares fuera un precedente para la limpieza de la contaminación de otros accidentes [3], podría haber sido vencida en uno de esos acuerdos. Pero siempre apareció la subordinación de nuestros gobiernos y el miedo a molestar.

Pasado el tiempo hemos podido saber que se realizaron en Palomares todas las actividades peligrosas para la salud que deberían haberse evitado: se cultivó y removió la tierra, se pastoreó e incluso hubo personas que vivieron en casas ubicadas en zona contaminada. Especial atención merecen los episodios de construcción de unas balsas, con gran movimiento de tierra y liberación de la contaminación en 1987, y de un intento de construir una urbanización, con el consiguiente movimiento de tierras y esparcimiento de la contaminación, a finales de la década de los noventa. Este último suceso fue clave en esta triste historia, puesto que volvió a encender las alarmas. Ambos episodios fueron registrados por los medidores instalados en la zona. El intento de construcción se produce en plena burbuja inmobiliaria y la contaminación impidió que la costa cercana a Palomares haya sufrido la misma suerte que el litoral de la zona y haya acabado sepultada por el ladrillo.

El tiempo empeora la situación, porque por un lado la contaminación se iba extendiendo y dispersando en la zona y, por otro, parte del plutonio se convierte en americio, que es más radiotóxico y peligroso. Por otra parte, el proyecto Indalo garantizaba que unos centenares de personas se analizaran cada año en las instalaciones de la JEN, luego Ciemat, para ver si estaban o no contaminadas. No es difícil imaginar la tensión que sufren esperando los resultados de los análisis y la desesperación que sentían aquellos a quienes el análisis daba positivo. Asimismo, la contaminación de Palomares ha supuesto siempre una rémora en el desarrollo de la zona y ha impedido vender sus productos agrícolas o ganaderos.

La acción ecologista: el largo camino hacia la descontaminación

Los ecologistas no éramos bien recibidos en Palomares. Nos tomaban como pájaros de mal agüero y nos acusaban de que nuestra acción hacía daño a Palomares. Esta era nuestra respuesta ante estas imprecaciones: “La mala noticia no es que digamos que Palomares está contaminado. La mala noticia es que lo está y que el Gobierno no hace nada para remediarlo”.

Tras el segundo episodio de dispersión de radiactividad citado arriba, Jesús Caicedo, el alcalde de Cuevas, tomó cartas en el asunto y decidió hacer caso a los representantes de Ecologistas en Acción en la zona, que se habían quejado reiterativamente por carta y que fueron desde entonces sus asesores. Gracias a este acuerdo, las relaciones con los habitantes del territorio mejoraron y ellos entendieron que nosotros solo queríamos que se limpiara la radiactividad y que pudieran vivir tranquilos. Esta alianza ha resultado de vital importancia en el camino hacia la limpieza.

Durante todos estos años, nuestra acción comprendió la denuncia pública, múltiples comunicados, artículos y ruedas de prensa, con extraños asistentes que no eran periodistas en algunas de ellas. Escribimos a diferentes autoridades, incluyendo el embajador americano en España, James Costos. Realizamos también un programa de El Escarabajo Verde y un documental en Hispan TV. Intentamos, sin éxito que el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) se involucrara.

Apareció también en acción el ahora fallecido Juan Antonio Rubio, director general del Ciemat y principal impulsor desde las instituciones de las acciones de remediación en Palomares. Este centro de investigación se encargó de poner en marcha dos reivindicaciones históricas del movimiento ecologista: la caracterización de la contaminación y el vallado de las zonas contaminadas. Ambas operaciones fueron coordinadas por Teresa Mendizábal, otra actriz clave en el proceso. Como resultado se realizó un mapa tridimensional que permitía conocer la extensión y profundidad exactas de la radiactividad y se vallaron las zonas contaminadas para impedir la intrusión humana.

La caracterización arrojó la existencia de tres zonas contaminadas con una superficie de unas 60 hectáreas y un volumen total de unos 50.000 m3 de tierra contaminada con plutonio y americio. Según el Ciemat, queda en la tierra aproximadamente 0,5 kg de plutonio. Estos datos dan una idea del peligro que supone la energía nuclear: con esa escasa cantidad de plutonio se pude generar un problema de las dimensiones que estamos contemplando.

Estuvimos también en constante comunicación con el Ciemat y nuestra presión sirvió para hacer mejor las cosas. La presión de Juan Antonio Rubio sobre las autoridades españolas se unió a la nuestra. La presencia de Obama en EE UU cambió el talante de esta administración y tomaron la iniciativa, abriendo negociaciones con el Gobierno español en 2009. La actitud de este fue un tanto decepcionante, puesto que no enviaba negociadores del mismo nivel que EE UU (un embajador, frente a un Secretario de Estado). Los contactos bilaterales fueron una constante desde entonces.

Sin embargo, todos estos avances no resultaban suficientes. Faltaba lo más importante: la limpieza. A raíz de la aparición de los técnicos del Ciemat, se realizaron asambleas de vecinos en la zona, en las que nuestra presencia fue también clave para explicar lo que era necesario hacer y para dejar claro que exigiríamos garantías de que se acabaría con la contaminación.

Realizamos también presión sobre el CSN desde múltiples posiciones, incluido el Comité Asesor. Este, en lugar de proponer que se procediera a la limpieza, finalmente aceptó publicar una simple monografía con los datos de la contaminación de Palomares.

El uso del territorio, una vez descontaminado, también está bajo debate. Queremos dejar claro que apostaremos por el desarrollo sostenible de la zona y no aceptaremos proyectos que atenten contra el medio ambiente. La edificación de un museo de la historia de la zona sería una buena iniciativa, teniendo en cuenta los yacimientos arqueológicos de los alrededores y la posible compleción del museo con el episodio de las bombas.

Tras la desaparición de Rubio, nos vemos sumidos de nuevo en la parálisis. Para romperla introducimos acciones legales y una recogida de firmas por internet. Ecologistas en Acción de Almería presenta una denuncia contra el Gobierno, el CSN y el Ciemat por delitos contra la salud pública. Se denuncia la dejadez de estos órganos frente a este problema. Especialmente es el Gobierno el responsable de haber permitido esta situación sin suficiente presión sobre EE UU. La Fiscalía ha admitido a trámite las denuncias, que seguirán adelante y pueden forzar la no vuelta atrás en el acuerdo de limpieza.

Lo que queda por delante

La limpieza del suelo contaminado no iba a ser fácil. El principal escollo es precisamente qué hacer con la tierra. En España no hay ningún lugar donde puedan depositarse ese tipo de residuos, que son de baja actividad y larga vida y ocupan un volumen enorme. Y además sería injusto hacerlo así, porque EE UU debería hacerse cargo de los residuos que genera, al igual que deben hacer el resto de los países del mundo. También está el asunto de quién debe pagar las operaciones de limpieza y la respuesta es la misma: el responsable del accidente, EE UU. También hay que tratar el tema de las compensaciones de los sufridos habitantes de Palomares que han padecido el efecto de la contaminación durante todas estas décadas.

Existen dos opciones para la limpieza, una es retirar toda la tierra, mientras que la segunda consiste en cribarla para separar la parte contaminada de la otra, reduciendo así a la décima parte (unos 6.000 m3) el volumen de tierra a gestionar. La primera opción tiene la desventaja de la enorme cantidad de tierra que hay que sacar del territorio, pero la segunda supone tratar con un material más radiotóxico y que requiere, por tanto, más medidas de seguridad. Los estadounidenses prefieren la primera opción y los que suscriben también, siempre y cuando la tierra contaminada se envíe a un lugar preparado en EE UU en el desierto de Nevada.

Hace algunas semanas nos sorprendió la noticia de que John Kerry traía bajo el brazo un acuerdo para firmar con el Gobierno español, en el cual se estipulaba la limpieza de Palomares. El acuerdo, realmente escueto, solo concreta que EE UU correría con los gastos y se llevaría la tierra. Además permite a cualquiera de las partes denunciarlo en cualquier momento, por lo que si llega al poder un equipo contario al acuerdo tras el mandato de Obama, podría suspender las labores de limpieza. Este acuerdo, que se ha negociado en secreto, no contempla compensación alguna para los habitantes de la zona, que han sufrido las consecuencias del accidente durante cincuenta años.

El Gobierno ha filtrado diversas informaciones sobre las operaciones de limpieza que, de momento, no están contrastadas. Una de ellas es que se va a construir una carretera desde Palomares hasta Cartagena, puerto por el que se embarcarían los residuos. Resulta insensato construir esta nueva infraestructura, cuando hay una autovía y una carretera que unen Palomares con Cartagena y puertos más cercanos a Palomares como el de Garrucha o Carboneras, por los que podría embarcarse la tierra contaminada. Esta nueva carretera podría estar ligada a maniobras especulativas de futuro en la zona. Asimismo se han evaluado las operaciones de limpieza en 560 millones de euros, pero esto incluiría la descontaminación propiamente dicha, el transporte, la preparación del depósito y su mantenimiento durante el tiempo necesario. Estimaciones del Ciemat en 2009 valoraban la limpieza propiamente dicha en unos 30 millones. Hasta entonces se habían gastado unos 25 millones de euros, incluyendo la expropiación de las tierras.

Es importante que se realice una investigación para valorar el alcance de la contaminación que ha podido agravarse durante estos ocho años. Es necesario medir fuera de las vallas por si la contaminación se hubiera difundido y también mirar en el mar, para ver si la concentración de plutonio sigue siendo admisible.

En conclusión, vamos a velar para que la buena noticia de la descontaminación de Palomares efectivamente lo sea. Para que se haga bien y no se dejen materiales radiactivos ni en el territorio, ni en el agua. Asimismo, lucharemos para que los habitantes de la zona se vean compensados, sin necesidad de enladrillar la costa ni los territorios cercanos.

Notas

[1] La Junta de energía Nuclear (JEN) era el organismo que se encargaba de todo lo relacionado con las instalaciones nucleares y la radiactividad. Se creó en 1955 con el apoyo de EE UU para realizar actividades de investigación que debieran aportar a España capacidad nuclear. La JEN se encargaba de la seguridad, de la gestión de los residuos y de la investigación, por lo que era juez y parte, hasta la creación el Consejo de Seguridad Nuclear en 1980. El organismo que la sucedió fue el Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas), que diversificó la actividad y ya solo se dedica a la investigación.

[2] Esto es lo que revelan los documentos hechos públicos en la serie de Wikileaks. En ellos, las autoridades norteamericanas llegan a mostrar extrañeza por el desinterés español.

[3] Existen en el mundo unos 40 casos de Flecha Rota, tal como se conocen los accidentes con bombas nucleares que no se producen durante enfrentamientos bélicos.