Reseña de La imaginación hipotecada. Aportaciones al debate sobre la precariedad del presente.

Mariola Olcina Alvarado. Redacción. Revista Ecologista nº 90.

Vivimos en plena batalla por la administración de la percepción, por la codificación de modos de vida y por la instrumentalización de los saberes. En este paradigma de cooptación de conceptos y hábitos, es necesario debatir las armas teóricas de la izquierda: generar nuevas estrategias a la vez que se ponen en valor los símbolos que le dieron sentido en un pasado.

Con este espíritu integrador, el libro colectivo La imaginación hipotecada. Aportaciones al debate sobre la precariedad del presente (Libros en Acción, 2016) aborda el problema de la precariedad en el contexto de la crisis histórica que arranca en 2008. Ahora, unos años después, lejos todavía de atisbar una realidad diferente, se sigue concibiendo el presente como precario en sí mismo y esta categorización requiere de una mirada crítica para huir de un análisis miope.

Palmar Álvarez-Blanco (profesora asociada en Carleton College, Minnesota) y Antonio Gómez L-Quiñones (profesor asociado en Darmouth College, New Hampshire), coordinadores del libro, plantean este debate en torno a la precariedad incluyendo más de una acepción y manifestando sus pros y sus contras para “poner de manifiesto una voluntad dialéctica de crear movimientos, tensiones, contradicciones y desavenencias entre distintos análisis”, dicen. Así, en sus páginas se pueden encontrar diversas escuelas de pensamiento y distintas preferencias ideológicas.

Esto es el resultado además de una decisión consciente y deliberada por parte de sus coordinadores que no han querido circunscribirse a una rama del saber concreta sino que han contado con veinticuatro ensayos de expertos y expertas que trabajan en áreas tan diversas como la economía, la filosofía, la teoría política, el derecho y la crítica cultural.

Publicar un libro colectivo en el que las áreas de conocimiento están entrelazadas es también una forma de manifestar su desacuerdo con el saber fragmentado que cultivan las universidades europeas y nortemericanas insertas en esta sociedad capitalista avanzada. “La deriva mercantil de las universidades hace que éstas se sincronicen con las necesidades del mercado, bombeando el tipo de conocimiento y ‘sujetos del conocimiento’ que dicho mercado requiere en cada momento”, asevera Palmar Álvarez-Blanco.

Ambos autores coinciden en que para llegar a una cultura o un conocimiento de y para todos, inclusivo y democrático, se exige primero de una organización política capaz de plantar cara y debilitar al capitalismo, “de otra forma, este último terminará cooptando, manipulando y explotando esos espacios alternativos y pretendidamente disidentes”, concluye Antonio Gómez L-Quiñones.

Una precariedad común, muchas acepciones

El término “precariedad” es ambiguo semántica e ideológicamente y ha servido a proyectos de muy diversa índole. Uno de los acercamientos que se aprecia en el libro emerge desde la narrativa histórica sobre el capitalismo de las últimas décadas. “Tras la crisis financiera y económica que se desata en 2008, tras la quiebra de miles de pequeñas y medianas empresas, tras los recortes económicos constituidos en política oficial de austeridad, tras el costoso rescate de bancos y cajas, tras el ascenso del desempleo y tras el deterioro de tantos y tantos servicio públicos, resurge un gran interés en el funcionamiento del capitalismo, en la economía política y en las condiciones materiales que el neoliberalismo necesita e impone”, dice Antonio Gómez L-Quiñones.

En este marco, la precariedad se entiende como una situación social, política y económica que se refiere a coyunturas habitacionales, laborales, médicas, educativas, energéticas e incluso alimenticias que lastran la existencia de millones de personas en geografías teóricamente desarrolladas. Así pues, desde 2008, no queda otro remedio que hablar de un “estado de la precariedad”, afirman.

En España, ha surgido una multitud de organizaciones y colectivos que, de forma muy eficaz, han llamado la atención sobre dolorosas situaciones de emergencia: “La precariedad del que, en unas horas, se queda sin casa ha servido para movilizar y poner en marcha a voluntarios, protestas, pegada de carteles y negociaciones con abogados que, con frecuencia, han tenido resultados positivos. En este sentido, la palabra “precariedad” ha cumplido una función loable: aglutinar la simpatía de una gran parte de la ciudadanía que observaba con desaprobación el comportamiento rapaz de entidades bancarias y el sufrimiento de víctimas a las que además se les intentaba criminalizar por no poder hacer frente a pagos y contratos tramposos”, analiza Palmar Álvarez-Blanco.

Sin precariedad no hay capitalismo

Pero este uso del concepto de precariedad como pegamento de la izquierda tiene sus escépticos. En primer lugar, algunos lo consideran como un vocablo que inicialmente ofrecía una clara tracción para movimientos sociales muy diversos pero que ha ido perdiendo efectividad. “La precariedad parece haberse tornado en el eje articulador de un nuevo contrato social. Este es un contrato deteriorado, que empeora sustancialmente la condiciones de vida de la mayoría y donde todos hemos rebajado nuestras expectativas y anhelos”, reflexiona Antonio Gómez L- Quiñones y añade que “se ha mutado en una suerte de segunda piel con la que ya convivimos con un alto grado de resignación e incluso normalidad. Se ha perdido mucho, pero se ha salvado algo y ese algo (no importa cuán deficiente o insuficiente sea) fomenta un conservadurismo aterido pero comprensible”. En conclusión, esta es la precariedad que se infiltra por los poros de nuestra época con un aire de naturalidad y que no necesita ser discutido ni combatido.

Una segunda fuente de descontento tiene una inspiración marxista y se expresa del siguiente modo: “Es un error sacar a relucir la precariedad en tiempos de crisis como si hubiese un capitalismo o fases de éste sin precariedad, un capitalismo civilizado y bondadoso que se comporta de manera socialmente responsable”, afirman Palmar Álvarez-Blanco y Antonio Gómez L-Quiñones. De hecho, para llegar al fondo de esta cuestión, la perspectiva de la precariedad desenfoca el debate al aparcar términos con mayor carga política, pero también analíticamente más clarificadores. “El capitalismo explota, a escala global, el trabajo de millones de personas en una dinámica crecientemente competitiva que exige mayores concentraciones de riqueza y que produce burbujas periódicas de sobreproducción. El capitalismo no es un sistema racional de producción que se organice global y centralizadamente para garantizar el sostenimiento de la población, sino un modelo compulsivo de contradicciones en el que la sobreabundancia y la pauperización conviven puerta con puerta, como dos caras de la misma moneda”, continúan.

Desde esta óptica, derramar lágrimas por la precariedad que siembra el neoliberalismo pasa por alto que el capitalismo no es ni moral ni inmoral; como dice Antonio Gómez L- Quiñones “se le considera amoral y su dispositivo más básico le impele a la explotación, cada vez más abrasiva, de toda realidad material y simbólica”. De esta explotación depredadora de todo lo real, el ser humano es sujeto pero también su objeto. “La precariedad es un término sin la profundidad suficiente para captar esta dimensión salvaje, hipercreativa e hiperdestructiva, del capitalismo”, añade.

Ante el análisis de los diferentes lados del prisma de la precariedad, construidos a partir de las voces destacadas de expertas como Victoria Camps, Santiago Alba Rico u Óscar Carpintero, más que soluciones taxativas, hacen falta preguntas interesantes que estimulen la conversación entre todos aquellos que aspiran a un mundo mejor y profundamente distinto. “Si deseamos aportar y fraguar una respuesta mínimamente adecuada y eficaz para el capitalismo del siglo XXI, nos tememos que la retórica exaltada y las soluciones inmediatas, a corto plazo, no van a servir de mucho”, concluye Palmar Álvarez-Blanco.

Volar sin perder de vista el suelo

Con La imaginación Hipotecada se inaugura la colección A vuelapié, dentro de Libros en Acción, con la que se inicia la colaboración entre Ecologistas en Acción y ALCESXXI, un colectivo formado por investigadores, educadores y distintos agentes del ámbito cultural que apuestan por la capacidad de la cultura y la educación para transformar las estructuras sociales y políticas.

Este proyecto editorial tiene el propósito de proponer caminos de salida ante el predominio de narrativas conservadoras, paralizantes y apocalípticas y, además, hacer converger acción y pensamiento. Para Palmar Álvarez-Blanco, es imprescindible la divulgación de “materiales que faciliten un conocimiento operativo, que sea comprensible más allá de la propia disciplina y con el que cualquier persona pueda pensar, reconocer, razonar y denunciar la compleja red de factores que se entretejen en el mundo capitalista”. Para ello, pretenden cultivar actitudes intelectuales radicales, en el sentido de que se esmeran por encontrar la raíz de los problemas estudiados… y para eso se necesita una imaginación únicamente hipotecada con el interés común.