Todo parece indicar que hemos agotado la primera mitad del petróleo convencional, la de mayor calidad y más accesible y barata, y sólo nos quedaría la segunda mitad, de peor calidad, mayor coste económico y con más problemas en lo social y ambiental. El petróleo barato se ha acabado para siempre. A partir de ahora el precio del crudo solo podrá ir al alza, que será una de las formas por las que se regule el mercado. La otra será la guerra y el control y el acaparamiento del oro negro por parte de los poderosos. Pero al mismo tiempo también se abren interesantes escenarios en este mundo de energía fósil menguante para caminar hacia una sociedad más justa, igualitaria y sostenible.

Ramón Fernández Durán, Ecologistas en Acción [1]. El Ecologista nº 58

El pasado 17 de junio se realizaba la primera presentación del nuevo libro de Ramón Fernández Durán El Crepúsculo de la Era Trágica del Petróleo. Este texto, coeditado con Virus, es la primera publicación que edita Letras en Acción, la flamante editorial de Ecologistas en Acción.

El libro realiza un clarificador y riguroso recorrido por la historia del petróleo y sus vínculos con la historia del poder y la construcción del actual modelo social y económico. Así, muestra cómo la revolución de los combustibles fósiles permitió sustituir y multiplicar muchas veces la capacidad de trabajo animal y humana, afianzando la idea del progreso indefinido, del crecimiento sin fin, y de los enormes beneficios derivados de la explotación sin freno de la naturaleza.

El texto repasa también las causas y repercusiones de eventos históricos relacionados directamente con la historia del oro negro. Entre otros, la creación de la OPEP y su desarrollo; el primer gran shock petrolero de 1973 y las crisis energéticas que surgieron en los setenta. Se analiza también la caída continuada de los precios del petróleo durante los años ochenta y noventa, que permitieron activar otra vez el crecimiento económico mundial.

De este modo, el petróleo barato posibilitó unas desmesuradas tasas de expansión de la urbanización-metropolitanización, de motorización y movilidad, de crecimiento de los procesos de mundialización productiva, la propagación de la agricultura industrializada en muchos países del mundo, o la explosión del consumo y el desarrollo del turismo de masas continental e intercontinental proveniente de los espacios centrales.

El tributo ecológico global de la sed insaciable de oro negro

En la segunda mitad del siglo XX, no sólo se multiplica por 8 la demanda mundial de crudo sino que también se inicia la extracción del gas natural como nuevo combustible fósil, de menor impacto ambiental, cuyo uso se acentúa a partir de los ochenta como respuesta a las crisis energéticas de los setenta.

Al finalizar el siglo XX los combustibles fósiles cubrían grosso modo un 85% de las necesidades energéticas mundiales; aproximadamente el 40% lo aseguraba el petróleo, y el 45% restante lo hacía el carbón y el gas natural, más o menos a partes iguales. En cuanto al carbón, aunque había ido disminuyendo su peso dentro de los combustibles fósiles a lo largo del siglo, su consumo global se había multiplicado en estos cien años nada menos que por seis.

Los impactos ambientales directos de la industria del petróleo son muy variados. Impactos en las zonas de extracción, que deterioran los hábitats naturales cercanos –cursos de agua, recursos hídricos subterráneos, etc.– incidiendo negativamente en los ecosistemas, y afectando también a las poblaciones humanas. Impactos debido al transporte del petróleo, como resultado de la construcción de oleoductos y de los vertidos de crudo, pero especialmente como resultado de los vertidos y accidentes en plena mar de los petroleros y buques cisterna. Algunos de ellos han supuesto auténticas tragedias ecológicas, cuyos efectos todavía perduran: Exxon Valdez, Erika, Prestige, etc. Y finalmente, los impactos allí donde se procesa el petróleo.

Pero los impactos territoriales y ambientales del petróleo van mucho más allá si consideramos que algunas de las actividades más nocivas del presente modelo urbano-agro-industrial no se darían sin el petróleo, pues son altamente dependientes de él: hipermovilidad motorizada, urbanización acelerada y dispersa, turismo de masas intercontinental, agricultura industrializada, globalización de la producción y del consumo, desarrollo incontrolado de la minería a cielo abierto a escala global, etc.

La lucha por el crudo

Con el cambio de siglo y milenio la lucha de los principales actores estatales mundiales en torno al petróleo se intensifica disfrazada bajo el eufemismo de la “Guerra Mundial contra el Terror”. El ataque de EE UU a Afganistán es el primer paso para una aún mayor proyección de su poderío militar en lo que se ha llamado el Gran Oriente Medio. Pero el verdadero objetivo del ataque era llegar a controlar el grifo mundial del petróleo, Oriente Medio, y en concreto el tercer país del mundo en reservas actuales de crudo, Iraq.

En estos años del nuevo siglo XXI las tensiones geopolíticas y militares no han hecho sino incrementarse en la zona con más concentración de reservas de crudo, la llamada Elipse, que abarca el Golfo Pérsico, el Mar Caspio, Asia Central y Siberia Occidental –la región de la Federación Rusa con mayores reservas de petróleo y gas natural–. Los objetivos de EE UU se han ido revelando de forma cada vez más manifiesta al respecto, y desde hace ya un tiempo intenta doblegar también a Irán con la ayuda de los grandes de la Unión Europea (UE).

Por otro lado, los nuevos estados emergentes a escala global, China e India principalmente, junto con otros actores estatales fuera de la influencia occidental (algunos países de Asia Central y del sudeste asiático) y la misma Rusia organizan sus propias estructuras de coordinación político-militar.

La UE también busca posicionarse de forma propia en el mundo, intentando reforzar su dimensión política y militar, así como buscando sus propias estrategias respecto al acceso a los combustibles fósiles, de los que cada vez es más dependiente (más del 75% en el caso del petróleo y más del 50% para el gas). Pero, si fallan los mecanismos de mercado, también se plantea por primera vez la posibilidad de actuar militarmente de forma conjunta, como por ejemplo en Darfur con la excusa de una intervención de signo humanitario que huele a petróleo.

Resistencias a escala global

La guerra contra Iraq desató una enorme oposición ciudadana internacional, que se concretó en la mayor movilización social mundial habida contra la guerra: el famoso 15 de febrero de 2003. A esta movilización contribuyó sin duda el importante desarrollo previo del movimiento antiglobalización, desde Seattle (1999) a Génova (2001). Uno de los lemas más repetidos en dicha movilización fue el “No Más Sangre por Petróleo”. La movilización global no logró parar el ataque, pero supuso un rechazo formidable a la deriva militarista.

Por otro lado, los principales Estados y bloques económicos intentan también acceder a los recursos petroleros, pero estos intentos se están encontrando con progresivas resistencias de muchos de los Estados periféricos a dejar vía libre, sin condiciones, al acceso de las corporaciones petroleras privadas y estatales a sus recursos. Ésta es principalmente la situación en América Latina: Amazonia peruana y ecuatoriana, Valle de Arauca y Magdalena Medio en Colombia, distintas zonas en Bolivia, Plan Puebla Panamá (donde resalta la resistencia zapatista), etc. Pero también cada vez más en África, donde es especialmente intensa en el Delta del Níger.

En suma, el auge de las resistencias, y el nuevo marco sociopolítico que en muchos casos éstas han creado, han revertido la ola privatizadora de los noventa, y asistimos ahora a una marea de progresivo control estatal y hasta comunitario de los recursos del subsuelo.

Acercándonos a toda máquina al pico del petróleo mundial

El llamado pico mundial del petróleo parece que ya está aquí, o estamos a punto de entrar en él. Es decir, el momento a partir del cual ya no será posible poner más crudo adicional en el mercado, por mucho que se hagan nuevas y costosas prospecciones y extracciones, pues habríamos consumido ya grosso modo la mitad de las reservas globales de petróleo. Recientemente, en 2007, hasta la propia Agencia Internacional de la Energía ha venido a reconocer que al ritmo actual de crecimiento de la demanda de petróleo en el mundo, en 2012 esa demanda ya no podría ser satisfecha, o quizás antes –pronostica para 2012 una demanda de 96 millones de barriles día de petróleo (convencional, no convencional y líquidos similares al petróleo), esto es, aproximadamente 10 millones más que en 2007–.

Según cada vez más indicios, ya habríamos agotado la primera mitad del petróleo convencional, la de mayor calidad, la más accesible y barata, y nos quedaría por consumir la segunda restante, la de peor calidad y mayor coste económico, tecnológico y energético, así como social y ambiental. El petróleo barato se habría acabado ya para siempre. Y a partir de ahora el precio del crudo solo podrá ir al alza, que será una de las formas por las que se regule el mercado. La otra será la guerra y el control y el acaparamiento del oro negro por parte de los poderosos.

La inmensa mayoría de los países exportadores ya han pasado por su propio pico del petróleo. Sin embargo, esta situación de progresiva escasez no se manifiesta todavía en el Norte, o en los países centrales, por su capacidad de compra respecto al resto del mundo, ni por ahora en la mayoría de los países extractores, pero sí en los países periféricos No OPEP (salvo en China), en donde está cayendo sustancialmente desde hace años el consumo de petróleo per capita. Muchos exportadores pueden verse obligados a corto o medio plazo a subir bruscamente sus precios internos ante la dificultad de atender a su demanda, como resultado de la caída en su capacidad de extracción tras el pico del petróleo (Argentina, Indonesia, México, Nigeria, etc.). Y hasta Rusia, el gigante petrolero, puede tener cada vez más dificultades en mantener su abultada posición exportadora mundial, pues está en la parte del declive extractor.

Nos acercamos pues rápidamente al inicio del fin de la Era del Petróleo, que será igualmente el inicio del fin de la era de los combustibles fósiles, pues poco después del pico del petróleo vendrá el pico del gas (en la próxima década), y algo más tarde el pico del carbón (a partir del 2030, posiblemente); así como después el del uranio y del cobre.

¿Cómo se está haciendo frente a este escenario? ¿Han empezado a cambiar ya las políticas globales en relación a la extracción del crudo? Hasta ahora se está solventando recurriendo al crudo no convencional y sustituyendo el petróleo por otros combustibles líquidos de características parecidas. Es decir, combustibles sintéticos derivados del carbón y gas (esto es, de otros combustibles fósiles todavía más abundantes, especialmente en el caso del carbón), o bien obtenidos a partir de la biomasa, los llamados agrocombustibles.

La apuesta y la demanda de agrocombustibles provienen fundamentalmente de EE UU y la UE. EE UU junto con Brasil y otros países están barajando crear una especie de OPEP de los agrocarburantes, al tiempo que la UE negocia también con los actuales y potenciales grandes productores del Sur de materia prima para los agrocarburantes. En este proceso hay una progresiva confluencia de los intereses de los grandes Estados, las grandes compañías automovilísticas, las grandes empresas del sector agroalimentario y las grandes petroleras, que no quieren estar ausentes de este nuevo mercado en expansión.

Al mismo tiempo, se están impulsando también otras fuentes energéticas, desde renovables centralizadas de distinto tipo (eólica, solar, hidráulica) a energía nuclear, pasando por una potenciación también del carbón, para la producción de energía eléctrica. Todo esto permite, por el momento, mantener en ascenso el flujo energético mundial, haciendo frente a la meseta de extracción de crudo convencional, en la que probablemente hayamos entrado desde hace algún tiempo.

Pero esta huida hacia adelante tiene altos costes económicos, sociales, ambientales y políticos. Costes económicos, porque la extracción y procesamiento del crudo restante exige tecnologías cada vez más complejas e inversiones muy elevadas, que comprometen los beneficios futuros derivados de las mismas. Costes sociales, porque los altos flujos económicos mencionados, requerirán por supuesto de apoyo estatal para llevarlos a cabo y derivarán en una reducción de los gastos sociales de todo tipo. Asimismo, porque la búsqueda de crudo en las áreas más remotas del planeta está incidiendo abiertamente en comunidades indígenas y campesinas, alterando sus formas de vida y amenazando su propio futuro. Y lo mismo podemos decir respecto de la promoción de los agrocarburantes, cuyo desarrollo está poniendo igualmente en cuestión la existencia de comunidades campesinas e indígenas, al ampliar la frontera agraria y fomentar aún más los monocultivos, sobre todo en los espacios del Sur.

Los agrocarburantes están siendo una de las principales causas de la agudización de la crisis alimentaria mundial, y lo será aún más en el futuro. Los precios de los alimentos se están disparando (también a causa del fuerte incremento del precio del petróleo), y empieza a haber serios problemas de abastecimiento en algunos países. La razón es que en el mercado mundial manda quien tiene poder de compra, algo que no tienen los pobres del mundo, mientras que los poseedores de coches en general sí. Es por eso por lo que la producción de grano mundial se está orientando en parte a cubrir la demanda de agrocarburantes. Hasta ahora competían por el grano la población y el ganado –que sirve fundamentalmente para alimentar a las clases medias del mundo y que engulle el 30% del grano mundial–, pero ahora empiezan a demandar su parte los coches.

Finalmente, los costes políticos vendrían derivados de la suma de todos ellos, aventurándose crecientes tensiones geopolíticas y militares, así como conflictos sociopolíticos intraestatales de toda índole. Pero también como mencionábamos se desarrollan cada día mayores resistencias a toda esta locura. Hasta el FMI y el BM, las principales instituciones internacionales encargadas de la gobernanza económica global del sistema, han manifestado recientemente su rechazo a los agrocarburantes. Y esto no es sólo por las revueltas del hambre de los desheredados, sino porque el brutal incremento de los precios de los alimentos está derivando en una fuerte subida de la inflación, lo que implicará un aumento de los costes de reproducción de la fuerza de trabajo, y en suma de la potencial conflictividad político-social en el espacio de la producción, poniendo en peligro el consumo de otros bienes y los beneficios empresariales.

Escenarios inviables y violentos versus decrecimiento obligado

Los escenarios de consumo energético mundial que nos pintan los distintos organismos internacionales para garantizar el crecimiento sin fin son de todo punto inviables. La Agencia Internacional de la Energía y el Consejo del Petróleo estadounidense plantean un incremento del 50% del consumo energético mundial para 2030. Por otra parte, no cabe duda de que si este escenario de consumo energético apuntado tuviera lugar en 2030 se plasmarían los peores pronósticos de alteración del clima.

Pero lo cierto es que dentro de nada vamos a tener que enfrentar un escenario de menor energía, peor calidad energética, y bastante mayor precio de la misma Y todo ello, se quiera o no se quiera, pues no hay ningún Plan B disponible ni factible.

En esta situación, los discursos de los principales líderes europeos son cada vez más seguidistas de posibles intervenciones militares en gran medida suicidas. Los principales actores estatales mundiales se preparan para la guerra, pues además los altos precios del petróleo permiten también a los países exportadores incrementar fuertemente sus gastos militares, siendo las grandes potencias las que les proporcionan las armas. Sin embargo, la guerra generalizada es un escenario del que huye como gato escaldado el gran capital productivo y financiero internacional, pues sabe que supondría un fortísimo colapso de todo el sistema mundial, debido a la enorme interdependencia internacional actual, muchísimo mayor que la de los años 30.

Decrecimiento: oportunidad para la transición y la lucha contra el cambio climático

Un siglo de decrecimiento económico global está a punto de empezar. El decrecimiento del flujo energético global será un verdadero torpedo en la línea de flotación del actual capitalismo globalizado, basado en la necesidad de crecimiento y acumulación constante, que no nos olvidemos, se basa en un consumo energético al alza.

El “fin de esta vida normal” puede ser un verdadero shock que haga que las sociedades se despierten de su adicción al petróleo. Por eso, “No Más Sangre por Petróleo” debería ser el lema que presida el debate, la movilización y la transformación social y productiva en el futuro, pues de él se desprende también la necesidad de caminar hacia una profunda transformación del modelo de sociedad, y de las actuales estructuras de poder estatal y empresarial, pareja a una fuerte reducción del consumo energético.

El mejor sitio donde puede estar el petróleo remanente es en el subsuelo. El verdadero secuestro de carbono es dejar el crudo bajo la tierra. Aparte de, por supuesto, no abordar la explotación del crudo no convencional, frenar la expansión sin control de los agrocarburantes, reducir el consumo de gas natural y carbón, al tiempo que vamos abordando la transición hacia modelos de sociedad basados en el único flujo energético estable: la energía solar y todas sus energías derivadas (eólica, hidráulica, biomasa, mareomotriz), con carácter descentralizado, de pequeña escala, control popular y sostenible.

Pasar de una sociedad fosilista a otra postfosilista llevará muy probablemente mucho tiempo. Ha tardado dos siglos en crearse este monstruo urbano-agro-industrial planetario, y llevará probablemente más de un siglo transformarlo y desmontarlo. Los futuros Mundos Posibles (o más bien Necesarios) serán sin duda mucho menos urbanizados, bastante menos globalizados e interdependientes, mucho más localizados, autónomos y descentralizados, sustancialmente menos industrializados, seguramente menos poblados, y con una diversidad y pluralidad de mundos rurales vivos. Pero también deberían ser más justos e igualitarios, y menos violentos y patriarcales que el actual.

Notas

[1] Resumen del libro por de Antonio Hernández