El colonialismo y sus gobernantes ya habían devastado el país antes del terremoto

Hortensia Fernández Medrano, Ecologistas en Acción de Catalunya

El enorme grado de destrucción que produjo el terremoto del pasado 12 de enero en Haití es fruto, en buena medida, de la situación de empobrecimiento y violación sistemática de los derechos humanos más elementales que viene sufriendo desde hace décadas el pueblo haitiano. En este sentido, es Occidente, en gran medida responsable de esta situación, quien tiene una deuda con este país caribeño.

La tragedia de Haití nos hace rememorar cosas que fácilmente olvidamos. Haití, como se ha repetido hasta la saciedad estas semanas, es el país más pobre del continente americano y uno de los más pobres del planeta.

Sin embargo, muchos no saben o no recuerdan que Haití fue el primer país independiente de América surgido de una rebelión de esclavos, esos esclavos que los europeos arrancamos del continente africano y llevamos a América en condiciones infrahumanas a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, y que, a fuerza de intensificar los cultivos para extraer el máximo beneficio, acabaron con un suelo antes fértil provocando la desertificación del país.

Haití era en su momento la colonia más rica de Francia, lo que le había valido el nombre de “la Perla de las Antillas”. Pero más tarde se convertiría en un erial debido a nuestra codicia de metrópoli insaciable. El monocultivo de la caña de azúcar produjo la sobreexplotación de la tierra por encima de la capacidad de reposición del suelo en sus nutrientes, lo que unido al pago de la deuda externa y políticas de ajuste estructural a cambio de créditos concedidos por el BM y el FMI en condiciones muy desventajosas, llevó a su población a la miseria más absoluta. Situación que condujo a los haitian@s a tener que buscar la leña para cocinar sus alimentos en las montañas más cercanas, acabando de deforestar y erosionar el país.

¿Pero quién debe a quién?

Cancelar esa deuda externa, muy superior a lo que el país recibe en ayuda, es una obligación moral en estos momentos. Pero además, un sentido de la justicia más amplio nos obliga no sólo a cancelar sino a asumir y pagar la deuda ecológica contraída con el pueblo de Haití por tanta naturaleza esquilmada, a consecuencia de largos años de colonialismo Y también a reconocer la enorme deuda contraída por el antiguo mundo colonial y esclavista hacia los esclav@s negr@s por un trabajo arrancado a la fuerza con violencia y que constituye una inmensa deuda histórica con el pueblo de Haití ante tantos años de humillación y barbarie.

Todavía hay más deudas con ese país. Toda América y el mundo entero debemos a Haití la abolición de la esclavitud a raíz de su independencia arrancada al Gobierno francés en 1804, la primera revolución de esclavos que triunfó en el mundo. El Gobierno de la joven y pequeña República de Haití envió naves y soldados a Simón Bolívar cuando éste le pidió ayuda en 1816 en su levantamiento contra la Corona española, con la única condición de que en todos aquellos países que se fuesen liberando se aboliese la esclavitud, una condición que no se cumplió en muchos casos. Pero ésa es otra parte de la historia.

Y hay cosas que no se saben, que no se dicen, y es que Haití nació pobre por la gran deuda que tuvo que pagar durante un siglo al Gobierno francés como precio a la osadía de rebelarse contra el yugo colonial y esclavista, deuda que le asfixió en momentos tan importantes como fueron los de su naciente independencia.

Haití nació pobre por atreverse a no ser esclava como muy bien explica Eduardo Galeano. Haití nació pobre con la dignidad de los que no se dejan aplastar, pero pobre, tremendamente pobre. Y nadie le echó una mano porque era un país de negros por civilizar e incapaces de gobernarse. Y tuvo que soportar ocupaciones durante 20 años y dictaduras mantenidas desde Estados Unidos, como fueron las dictaduras de los Duvalier padre e hijo durante casi treinta años, gobiernos títeres y perversos como lo fue el de Jean Bertrand Aristide, el ex-salesiano populista que se dejó comprar por el FMI y el BM, y que sembró el caos en el país.

Más recientemente, Haití ha tenido que hacer frente a una crisis alimentaria muy grave con episodios de hambre en su población provocados por la subida del precio del arroz. Previamente, los campesinos que vivían del cultivo de arroz se vieron obligados a abandonar sus campos, al no poder competir con los precios del cereal subvencionado procedente de Estados Unidos. Esta situación perversa e irreversible había llevado a muchos de ellos a instalarse en los alrededores de Port-au-Prince, donde vivían cerca de tres millones de personas hacinadas en un pequeño territorio. Otra vez las nefastas políticas de la OMC, que matan más que ayudan.

Esa trágica tarde del 12 de enero, cuando se produjo el terremoto, Haití era un país pobre, y no hay nada que mate más que la pobreza. Miles de personas hacinadas en la capital de Port-au- Prince y alrededores, se encontraron con que el suelo se movía bajo sus pies y los techos se les venían encima. Y no pudieron hacer nada, ni rezar, porque la Catedral se vino abajo y a los niños se les cayó la escuela encima, sólo vagar y vagar por las calles con la mirada perdida buscando un rostro familiar bajo los escombros y preguntándose quizás qué habían hecho para merecer tanta desgracia.

La falla Enriquillo, que atraviesa el sur de Haití y el suroeste de la República Dominicana, es el contacto entre la placa del Caribe y la Placa Norteamericana, y ese fatídico día se desplazó en el peor lugar y en el peor momento, como si lo hubiese diseñado el mismísimo diablo, una falla que no daba señales de vida hacía más de 200 años. La tierra tiene eso, de vez en cuando reajusta su energía y nosotros nos olvidamos de que allí alguna vez pasó algo. Pero ella no se olvida, y tarde o temprano nos recuerda su existencia. Es eso que los geólogos especialistas en riesgos llaman peligrosidad o probabilidad de ocurrencia de un fenómeno, que no hay que confundir con el riesgo. El riesgo depende también de otros factores como son el número de personas expuestas que, en la capital haitiana, era muy alto, pero también de la vulnerabilidad o porcentaje de personas teóricamente amenazadas en función de la calidad, solidez y tipo de construcción de las infraestructuras, sin duda el factor que ha provocado más devastación.

Haití es un país muy vulnerable sumido de forma normal en la pobreza más absoluta, sin infraestructuras o de pésima calidad cuando éstas existen, con autoconstrucciones sin cimientos en las que se ha cebado la tragedia, o con edificios construidos sin ningún tipo de control para ganar dinero rápido. Y es que no hay peor riesgo que la pobreza.