Ante la coyuntura energética sólo cabe decrecer por devoción o por obligación.

Pedro Prieto, editor de crisisenergetica.org . Revista El Ecologista nº 65

La masiva utilización de los combustibles fósiles, en especial el petróleo, ha permitido a la especie humana incrementar enormemente su población en el último siglo, así como una fortísima e insostenible explotación de los recursos naturales. Pero la producción de petróleo está dando claros signos de decaimiento, lo que nos aboca a una situación de escasez energética, puesto que el reemplazo por otras fuentes de energía difícilmente podrá ser tan rápido como el declinar del petróleo.

El mito de Prometeo, robando el fuego a los dioses, indica que ya los griegos eran conscientes del problema que representa para el ser humano su afán de conseguir energía exosomática, ajena a la que el propio cuerpo humano consume y genera en su vida como simple mono desnudo.

La ecuación es muy sencilla: si el medio es limitado o finito, la energía que de él se puede extraer para maniobrar es necesariamente limitada. Mientras sea inferior la tasa de extracción a la de reposición de un bien renovable, la cosa funcionará. Si llega a ser superior, vendrá el agotamiento. Si se trata de un bien finito y limitado, no renovable, el agotamiento cuenta desde el primer día de su extracción.

Claro que recibimos del sol unas 10.000 veces más energía que la que hoy consumimos y que aparentemente hay mucho camino para seguir aumentando el consumo actual. Pero la cuestión no es sólo un asunto de volúmenes disponibles, sino de flujos máximos que se pueden extraer. Y el sol entrega toda esa enorme cantidad de energía, pero de forma muy pausada y uniformemente distribuida por todo el planeta y una enorme parte de ella no está accesible, porque sirve a la dinámica del planeta verde: evaporación, lluvias, vientos, creación de la biomasa, olas, etc.

Del Neolítico a la explotación de los combustibles fósiles

La entrada en el Neolítico, con la domesticación de animales y el arranque de la agricultura supuso un salto en el crecimiento posible, por la habilidad adquirida en apropiarse de más energía con el mínimo gasto energético para ello. Cientos de miles de años en los que el ser humano siempre tuvo suficiente con sólo explotar los recursos de la biosfera; su crecimiento estaba vinculado a la sostenibilidad del medio. Si la explotación de los recursos, hasta entonces totalmente renovables, se hacía a una velocidad superior a la que la naturaleza los renovaba en el limitado entorno en que vivía una población o civilización determinada, venía el colapso civilizatorio y vuelta a empezar en ese limitado entorno. Así pasó con las civilizaciones en Sumer, o con grupos humanos en la isla de Pascua, o con los mayas o aztecas.

Pero el verdadero salto del consumo, el disparo cualitativo y cuantitativo del crecimiento en el consumo y en la capacidad de transformar la naturaleza, se produce con la llegada al siglo de las luces, la entrada en el maquinismo y la invención de máquinas, alimentadas con combustibles fósiles, capaces de multiplicar el esfuerzo humano cientos de veces.

Por primera vez el hombre accede a la explotación masiva de la litosfera, de la parte profunda de la corteza terrestre, para extraer grandes cantidades de minerales y sobre todo combustibles fósiles, con los que alimentar la maquinaria recientemente inventada. Primero carbón, luego el petróleo y finalmente el gas y hasta el mineral de uranio para alimentar las plantas nucleares.

Elementos que la Naturaleza tardó millones de años en crear de la biomasa atrapada en las profundidades de la Tierra, se han extraído y consumido a un ritmo entre medio millón y un millón de veces más rápidamente que lo que la Naturaleza tardó en crearlos.

En estos acelerados saltos del llamado progreso humano, vistos con el reloj de la historia, operan y se interrelacionan varios factores. Por un lado, el propio ser humano y la capacidad reproductora exponencial de su población, si el medio se lo permite. La energía que es capaz de extraer del medio, que le permite transformar la naturaleza en su favor y multiplicar la propia población, lo que da lugar a su vez a la aceleración exponencial del consumo de energía y recursos. Y el desarrollo de la ciencia, la técnica y la tecnología, que le permiten aprovechar al máximo la explotación de recursos, siempre finitos, en su favor.

Esta combinación de factores ha tenido como consecuencia que la vida humana se mantuviese estable y fuese muy sostenible durante un par de millones de años con pocos cientos de miles de individuos de la especie sobre e planeta, sin agredirlo ni destrozarlo, cuando era un australopiteco. Que Prometeo diese el primer salto y lo colocase hace medio millón de años como Homo erectus con la ayuda del fuego y la especie consiguiera aumentar su población a unos pocos millones de individuos. El Neolítico tiene entre 7 y 9.000 años y la agricultura y ganadería hicieron multiplicar la población de unos millones a pocos centenares de millones de individuos, cuyo consumo por persona, además, era unas cinco veces mayor que el del australopiteco.

Pero, como hemos señalado, el salto verdaderamente mortal lo da el maquinismo y el ataque a los combustibles almacenados durante millones de años en la litosfera. Los seres humanos pasan de ser unos cientos de millones a casi siete mil millones en poco más de un siglo y su consumo per cápita se convierte en 22 veces mayor en promedio que el del mono desnudo, con puntas de consumo en los países civilizados de 60 y hasta 120 veces superiores a lo que el metabolismo humano necesita para vivir.

2 toneladas equivalentes de petróleo por habitante y año

El confort es antiecológico; el PIB contamina; el mundo industrial ha destrozado al planeta; la tecnología nos ha hecho creer que el mundo no tiene límites y el universo tampoco. Y el capitalismo ha resultado ser la máquina perfecta para acelerar el modo de explotación de los recursos y las apropiaciones ilimitadas de riqueza en un mundo necesariamente limitado.

Hoy el ser humano (y unos mucho más que otros) ha conseguido con el llamado progreso, ocupar el 25% de los grandes valles fértiles del planeta con sus embalses para producir electricidad o para regadío. Ocupa el 13% de la superficie de todos los continentes para tareas agrícolas y ahora pretende alimentar con ello no sólo a personas y animales, sino a los estómagos de los motores de explosión. Para ello, utiliza unos 4.000 km3 de agua dulce de los 9.000 km3 que son accesibles al ser humano. Ha desertificado grandes áreas del planeta. Ha ocupado enormes extensiones con sus sistemas de transporte y sus grandes urbes, donde vive apiñada más de la mitad de la población humana. Agota y entuba arroyos y ríos, devasta acuíferos subterráneos a una velocidad mucho mayor que la de reposición natural y, lo peor, se hace dependiente de ellos de forma permanente y progresiva. Agota el suelo fértil, expolia y extingue las especies fluviales, marinas y la fauna terrestre a una velocidad muy preocupante. Y envenena el aire con contaminantes que no son sólo el CO2.

Todo ello, lo hace gracias a la habilidad de extraer y quemar 12.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo (tep) al año, casi dos toneladas por habitante. De ellas, casi 10.000 millones provienen de la litosfera (4.000 de petróleo, 2.700 de gas natural y 3.300 de carbón).

De la energía hidroeléctrica obtiene apenas unos 750 millones de toneladas equivalentes de petróleo en electricidad. Y la energía nuclear aporta menos aún, 620 millones tep. La biomasa, la energía peor contabilizada y que junto con la hidráulica son las únicas que hoy proporciona la biosfera, aporta unos 1.400 millones tep, pero ya no se puede considerar estrictamente una energía renovable, porque el ritmo de destrucción neta de los bosques del planeta es muy cercano al 1% anual, con lo que han desaparecido la mitad de los bosques existentes.

Los últimos 150 años de sociedad industrial y desarrollo capitalista han supuesto una tremenda paradoja. Por un lado, hacer creer al ser humano que no existían límites al crecimiento y a un mayor bienestar material, aunque una gran parte de la población humana no haya podido todavía tener acceso ni remotamente a los niveles que en Occidente se consideran un derecho adquirido sin retorno. Han vuelto a hacer bueno el mito de la Torre de Babel, de autoconfianza en que el ingenio humano podía saltar cualquier barrera y hacer el progreso humano infinito.

Y por otra parte, todo ello ocurre mientras devastábamos el planeta de forma sin precedentes en todo el devenir humano. Conquistamos (en el sentido de arrasar) todo el planeta y pensamos en conquistar las estrellas. Hicimos bueno el lema del Non Plus Ultra: ya no hay más allá.

Alguna crisis anterior se resolvió emigrando a otros entornos aún sin explotar. Ahora ya no hay mundo mínimamente habitable y con recursos por conquistar en la degradada biosfera. Estamos viviendo de extraer el recurso finito y limitado de la litosfera. Un 80% de nuestra energía proviene de ahí.

La disponibilidad de petróleo se reduce

Figura 1

Fuente: datos tomados del Oilwatch Monthly de diciembre 2009 de ASPO Holanda.

Y el petróleo comienza a dar signos inequívocos de fatiga productiva mundial. El gráfico de la figura 1 muestra que hasta la crisis geopolítica (no geológica) de 1973 y la posterior Guerra del Golfo en 1980, el crecimiento de la producción había sido imparable desde que el petróleo comenzó en los años 30 del siglo pasado a sustituir masivamente al carbón, por su mucha mayor versatilidad. Se observa, sin embargo, que a partir de esa fecha el nuevo ritmo de crecimiento es más trabajoso y empieza a incluir todo tipo de combustibles líquidos de mucha más difícil obtención y menor aporte energético neto, el llamado petróleo no convencional: fundamentalmente los líquidos combustibles que se obtienen a partir del gas natural, el petróleo polar, los petróleos pesados de arenas y esquistos y los biocombustibles, que han intentado sostener el ritmo de crecimiento de la producción, algo que no han conseguido.

Figura 2

Fuente: datos tomados del Oilwatch Monthly de diciembre 2009 de ASPO Holanda.

Especialmente desde 2005, se observa la llegada a una meseta de la producción, como se muestra en la figura 2. Y ello coincide con el gráfico general del agotamiento que viene publicando la Asociación para el Estudio del Cenit del Petróleo y el Gas (ASPO, por sus siglas en inglés), que aparece en la figura 3. Tanto si este grupo está en lo cierto, como si lo están los más optimistas que prevén que la llegada al cenit estará más bien hacia el año 2020, en ambos casos la Humanidad tiene que irse preparando para un cambio sin precedentes. No hay combustible alguno que pueda superar en volumen, funciones y versatilidad al petróleo, que hoy mueve el 95% del transporte mundial. El gas, el segundo combustible fósil en versatilidad, que ya presta cerca del 10% de la producción de líquidos combustibles en apoyo del petróleo, también tiene su propio cenit pocos años más tarde.

Figura 3

La llegada al cenit no significa que el petróleo o el gas se vayan a acabar. Significa, nada menos, que el flujo de su producción mundial empezará a caer año tras año, inevitablemente, por agotamiento geológico. Y las tasas de caída de los pozos más significativos del mundo están en torno al 6,7% si uno debe hacer caso a la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en sus últimos informes de 2009. Esto significa que se perderá a cada año que pase, para la sociedad humana y a partir de este momento, una colosal cantidad de energía a la que ahora estábamos acostumbrados. Y que, además, no se podrá crecer, sino decrecer.

Su reemplazo, consumiendo la misma energía y suponiendo la remotamente probable situación de que se pueden crear las nuevas infraestructuras alternativas en tan poco tiempo, exigiría crear una capacidad de reemplazo (no para crecer, sino sólo para mantener el consumo) de unos 25 millones de barriles diarios para 2030. Puesto en centrales nucleares, supondría la creación (supuesto de que hubiese uranio suficiente) de al menos 1.750 nuevas centrales (en la actualidad hay 439 reactores operativos). Eso sin contar que habría que cambiar en menos de dos décadas todas las infraestructuras que hoy funcionan con petróleo y sus derivados a dispositivos de consumo eléctrico, algo que no sería posible en los casos de la aviación civil, la agricultura mecanizada, el transporte marítimo y la inmensa mayor parte del transporte terrestre o la movilidad de los ejércitos. Y que eso costaría en esas dos décadas mucha más energía de entrada que la que se iba a recuperar en ese tiempo.

En definitiva, sería el decrecimiento por fuerza, en vez de un decrecimiento de buen grado o voluntario, si no nos lo proponemos desde hoy mismo. Será decrecer por convicción o, de lo contrario, la Naturaleza nos llevará a hacerlo por obligación. Elijan ustedes.