Yolanda Fernández Vargas. Comisión de Ecofeminismo de Ecologistas en Acción. Revista Ecologista nº 94.

“El poder del lobo reside en la manada”. Esa es la frase del tatuaje de uno de los cinco acusados de violar en grupo presuntamente a una chica de 18 años en las fiestas de San Fermín de 2016.

Grabaron siete vídeos durante el momento de los hechos, 96 segundos que mostraron a los agentes como prueba de cargo de su inocencia, alegando que fueron relaciones sexuales consentidas.

La cuestión trascendental que se pretende dilucidar en este juicio es si hubo o no consentimiento por parte de la víctima. Pero quedarnos únicamente en esa mirada reduciría el verdadero alcance de lo que realmente se está juzgando en Pamplona. El consentimiento en los casos de violencia sexual tiene, además de la dimensión personal de la propia víctima, una dimensión estructural, que necesariamente tiene que ser tenida en cuenta, porque las normas hay que interpretarlas según el contexto y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, así lo dice nuestro Código Civil.

Esta magnitud estructural se sustenta en una cultura ancestral que acepta y normaliza la violencia sexual hacia las mujeres y que aún hoy culpabiliza a las víctimas de la agresión por su forma de vestir, su actitud, su vida sexual o el consumo de sustancias como el alcohol o drogas. Es lo que llamamos cultura de la violación.

Por ser mujeres

De forma cotidiana, las mujeres sufrimos humillaciones por el solo hecho de ser mujeres, que hemos normalizado y aceptado con paciencia como miradas lascivas que incomodan, roces y manoseos, tocamientos indeseados o piropos subidos de tono de desconocidos. Hay espacios públicos por los que no transitamos a determinadas horas del día o de la noche como sistema de protección: parques solitarios, callejones, calles estrechas y mal iluminadas…

Y lo tenemos tan incorporado en nuestro piloto automático, que no somos conscientes de lo que limitamos nuestra libertad de movimientos ante el miedo a una posible agresión sexual. Muchas de nosotras hemos acelerado la marcha, sacado las llaves del bolso antes de llegar al portal y agudizado los sentidos en estas situaciones. Y da igual que estemos empoderadas, eso no nos va a librar del intento de sufrir una agresión por parte de un hombre.

Esta cultura hace que las mujeres tengan la responsabilidad y la obligación de marcar los límites y poner freno a los avances masculinos, que aún hoy en el siglo XXI siguen considerándose como impulsos naturales, y culturalmente reconocidos como inevitables. Y así, el patriarcado ha construido un imaginario colectivo que expresa como modelos de mujer a la chica fácil o la mujer decente. Que pertenezcas a una u otra categoría será fundamental para que tu testimonio en un caso de violación tenga veracidad, y para ello no será suficiente tu palabra, que es de mujer y tiene menos credibilidad que la de un hombre. Ya lo dice el antiguo testamento cuando relata el juicio de Salomón, ellos son sabios, nosotras mentimos para conseguir un beneficio personal.

Por eso, a diferencia de otros delitos tenemos que demostrar que somos una ‘buena víctima’ y es normal que se interrogue sobre la vida sexual anterior, el tipo de ropa que llevaba, si gritó, lloró, corrió, intento huir, zafarse de su agresor y, por supuesto, si cerró bien las piernas, dijo que no en todo momento y puede demostrar lesiones físicas lo suficientemente graves, como para que quede probado que no quería mantener relaciones sexuales con ese tipo.

Como si todas las mujeres tuviéramos incorporado un chip que activamos en estos casos y nos dice de manera automática el protocolo a seguir. Y que no se nos olvide el top ten, tienes que estar hundida psicológicamente hasta que te jubiles, no se te ocurra intentar pasar página y tener una vida normal. Y si la resiliencia es una capacidad que se admira y valora en otras circunstancias dramáticas de las personas, en este caso será utilizada en tu contra para desacreditarte, para deslegitimarte como víctima.

Llevar minifalda, ir sola por la noche, haber bebido más de la cuenta, dejarte acompañar por uno o cinco chicos, entrar en un portal con ellos ¿cómo se te ocurre?, tener lesiones leves o recuperar tu vida ‘normal’ lo antes posible está mal visto, es sospechoso y además es desaconsejable de cara a un juicio.

Sin embargo, la conducta previa de los supuestos agresores no se tiene en cuenta. Ellos, la manada, se intercambiaron WhatsApp donde normalizaban llevar burundanga y querer violar, pero no es relevante para el caso, ni tampoco que dos de ellos hayan sido denunciados por violación en otra localidad.

‘La manada’

Más allá de su lugar de procedencia, el barrio en el que residían, su situación familiar y económica, son hijos legítimos del patriarcado, en donde su masculinidad normativa necesita la aprobación y admiración de sus colegas, porque para ser hombres heteropatriarcales no basta con decirlo, hay que probarlo, con vídeos mejor, y tiene que ser reconocido por tus iguales, los otros lobos de la manada. Da igual que vivan en Sevilla, estos predadores y arquetipos del hombre heteropatriarcal también habitan en otros mundos más sofisticados y glamurosos donde les basta su poder, aunque también necesitan una manada cómplice y silenciosa de hombres para mantener su dominio, como Larry Nassar, Bill Cosby,Terry Richardson, James Tobback o Harvey Weinstein.

Si queremos terminar con esta cultura, hoy más que nunca es necesaria una educación igualitaria y sin sesgos de género. Educar a los niños y jóvenes en el respeto hacia las mujeres, a requerir nuestro consentimiento en la intimidad, a tener relaciones sexuales pactadas y por supuesto a aceptar que ese asentimiento es reversible en todo momento. El silencio no es consentimiento, la pasividad no es consentimiento y por supuesto, el estado de embriaguez no es consentimiento. Pero también es necesaria una justicia que incorpore la perspectiva de género, para que realmente se articule como factor de protección para las mujeres y menores.

El silencio no nos protege, ni tampoco la actitud de mirar hacia otro lado de algunos hombres, hay que evitar a toda costa que la manada siga siendo un modelo y una manera de actuar hacia las mujeres.