A principios de la década de los noventa el entonces comisario europeo de Medio Ambiente, Carlo Ripa de Meana, impulsó varias iniciativas para contribuir a la reflexión sobre las contradicciones entre ciudad y automóvil. El resultado fue, por un lado, el informe Proposition de recherche pour une ville sans voiture coordinado por Fabio M. Ciufini y, por otro, la celebración en 1994 de una conferencia en Amsterdam con el significativo título de Car Free Cities? (¿Ciudades libres de coches?).

El informe de Ciufini tuvo la virtud de mostrar con cifras la intuición de que una ciudad sin coches puede ser más eficiente económica y socialmente que otra basada en el automóvil. Comparando dos modelos teóricos urbanos semejantes con y sin coches, esta última opción resultaba entre 3 y 5 veces menos costosa en términos económicos que la primera. Para comprender ese diferencial tan grande hay que tener en cuenta que basta integrar en el cálculo económico la inversión privada en la compra y el mantenimiento de los automóviles, para que las cifras se disparen; o que las necesidades de viario y aparcamiento son en el modelo sin coches mucho más modestas.

Por su parte, la conferencia de Amsterdam supuso el lanzamiento de una red de ciudades que, con el nombre de Car Free Cities Club, tienen en común el objetivo de promover la movilidad urbana sostenible o, en términos más claros, reducir el uso del vehículo privado y promover los modos de transporte más amistosos con el medio ambiente. En la actualidad están asociadas al club 65 ciudades europeas.

La simple enumeración de la media docena de ciudades españolas asociadas (Barcelona, Sabadell, Cáceres, Oviedo, Córdoba, Bilbao) es una muestra de que bajo esa pertenencia se desarrollan políticas urbanas de muy distinto pelaje y con trayectorias de muy diferente solidez y permanencia. Y es que la asociación al club no compromete a medidas de tráfico o urbanísticas y, por tanto, su mayor ventaja es la de servir como un lugar singular de encuentro, reflexión e intercambio de información para técnicos y políticos, en donde las propuestas de cambio en el predominio del automóvil no son tachadas de utopías o radicalismos ecologistas, sino de serias iniciativas auspiciadas por las instituciones europeas.

Otro tipo de asociacionismo diferente que apela al lema «sin coches» es el de los núcleos turísticos, especialmente balnearios suizos y alemanes, que se han agrupado para ofrecer el descanso y el entretenimiento sin la presencia de automóviles o, al menos, sin los propulsados por motores de combustión. En algunos de ellos como en Zermatt (Suiza) se ofrece como alternativa una serie de vehículos eléctricos de baja velocidad. Obviamente estas asociaciones sí que son selectas, pero la cuestión es cómo extender su calidad a otros pueblos y ciudades pequeñas y, también, asegurarse de que los perjuicios ambientales no se trasladan a los alrededores o a lugares remotos tal y como ocurre, por ejemplo, cuando se pretende simplemente cambiar un automóvil de gasolina por otro eléctrico.

Nota: Texto basado en Alfonso Sanz: «Vivir sin Coches» El Ecologista nº 22.